jueves, 28 de agosto de 2008

Viticultura del Maule al Sur: Las uvas del pasado (y del futuro)

Muchos viñedos centenarios están bajo el más absoluto abandono. El bosque avanza y convierte en celulosa una de las tradiciones más arraigadas del campo chileno. ¿Cómo agregarle valor a esas rústicas parras? ¿Cómo rentabilizar la viticultura de la frontera sur de Chile?

A pesar de los cientos de litros de tinto y guindado, el frío cala los huesos en El Oriente. Es una noche sin estrellas. La tenue luz de las brasas, donde sólo minutos antes se asaba una vaquilla entera, ilumina los rostros de las parejas -algunos son apenas unos niños-, que bailan una sentida cueca, levantando polvo y recuerdos de tiempos mejores, cuando las uvas sabían más dulces.

En este fundo de la comuna de Retiro, distante algunos kilómetros de Parral, se respira chilenidad, pero también cierto desencanto. Antiguamente los viñedos pintaban de verde este paisaje viril y agreste, convirtiendo el ritual de la cosecha en una fiesta popular. Hoy los paños lucen secos y resquebrajados por un tiempo que no perdona. Las uvas se marcharon de Retiro quizás para siempre.

Estos suelos de rulo y tosca, hidratados durante siglos con el sudor de su gente, se inundan para producir arroz. Sólo El Oriente, el fundo más austral de Portal del Alto, intenta profundizar su relación con una tierra donde la viticultura era mucho más que un negocio: una forma de vida.

La tosca se encuentra a un metro de profundidad e impide que las raíces de las parras exploren nuevas capas, estrellándose una y otra vez contra su destino. En algunas zonas, incluso, la tosca se eleva hasta la superficie para burlarse del viticultor. Alejandro Hernández, el enólogo y profesor, pero sobre todo el hombre de rulo, se encoge de hombros con resignación, apuntando hacia unas parras que sufren de un subdesarrollo crónico, tercermundista, sin escapatoria.

Nos sumergimos en una calicata que parece una gruta, pero que en lugar de llevarnos ante la presencia de la virgen, nos transporta hacia un pasado acuoso, salino, inasible. Bajo la tosca, a unos cinco metros de profundidad, podemos apreciar una fina arena y vestigios de moluscos. Aquella zona del valle central, donde emergen espinos y sauces llorones, fue fondo marino hace miles de miles de años.

Los viñedos del El Oriente muestran orgullosos sus frutos. “Son uvas muy sanas y con una rica acidez natural”, explica Hernández, mientras caminamos entre las hileras, masticando esas pepas que se resisten a volverse crocantes. Los vinos del sur son frescos, frutosos, pero recios. Requieren algunos años más en botella para moderar su carácter, o bien, (con)fundirse con otros vinos nortinos para poder ver antes la luz de los mercados.

Trasponemos un arco de sarmientos de País, esa rústica cepa con que nos conquistaron los españoles, para adentrarnos en un viñedo muy peculiar, único, que nos recuerda de dónde vinimos. Entre parras que crecen con casi entera libertad, desafiando las órdenes del viticultor, cubriendo el horizonte con sus hojas multicolores, asoma una extraño ser que mide más de 36 metros de largo, enroscado, amenazante, como una culebra gigante.

“¡Es un monstruo!”, exclama Olly Smith, el wine writer británico que conduce el documental “Descorchando el Sur”, mientras el equipo del cineasta Silvio Caiozzi apenas puede salir de su asombro. Esta parra de País, sin embargo, no es un monstruo, sino una sobreviviente. Con sus troncos leñosos, y brotes que intentan tocar el cielo, se ha mantenido impertérrita durante más de un siglo, regalando su fruta con la misma generosidad que durante sus tiempos mozos.

El profesor decidió injertar con Carmenère estos tesoros prefiloxéricos de País durante la temporada 2003-2004. Ya cuentan cinco cosechas y sus uvas se embotellan bajo la marca Portal del Alto, ensamblando la tradición vitícola española y francesa, el pasado y el futuro de una actividad que se niega a morir a pesar de los cuadros de sequía y de los violentos vaivenes del mercado.

¿INJERTAR O NO INJERTAR?

Según Alejandro Hernández, quien mantiene una relación amorosa con estas tierras desde que recibió su primera palmada, afirma que una de las alternativas para rentabilizar esos viejos viñedos de País es aprovechar sus añosas pero nobles raíces, e injertarlos con cepas nobles o internacionales.

“En esta zona el calor alcanza para la Carmenère, pero también funcionaría injertando otras cepas como Syrah, Pinot noir, Chardonnay o Riesling. Habría que proteger un poco más el racimo, no más. La País tiene un muy buen sistema radicular. Imagínate, son plantas del siglo XIX, rústicas y genéticamente muy fuertes”, dice.

Las parras de El Oriente fueron injertadas mediante el sistema T leñoso, es decir, introduciendo una yema en algún punto del tronco. A diferencia del tradicional sistema de púa, en este caso no es necesario cortar el tronco, sino que puede conservarse toda la estructura de la planta, haciendo del proceso una alternativa mucho más rápida y barata.

“El problema es que el sistema T leñoso se realiza entre 15 días antes y después de la floración, y no antes de la brotación como el de púa. Estamos hablando de noviembre, por lo tanto las parras no aprovechan las últimas lluvias de primavera: un recurso muy importante en una región donde abundan las plantaciones de secano”, explica.

Para la enóloga Adriana Cerda, quien desarrolla en Cauquenes su proyecto familiar Meli Mahuida, es necesario tener mucho cuidado con la injertación. “No he tenido una muy buena experiencia. Ojo con eso. Tienes que armonizar el vigor del portainjerto y la variedad. Puedes llegar a producir un vino mejor, no lo discuto, pero cosas grandes no creo. El desarrollo de la zona lo veo mucho más de la mano con la posibilidad de establecer riego por goteo”, afirma.

La enóloga, quien en el último tiempo se ha distanciado de las asesorías para concentrarse en sus tres hijos y en ese pedacito de Carignan que le arranca suspiros, dice haber encontrado su lugar en estas meteorizadas tierras del ex fundo Peumal. “Siento que soy de acá, que siempre he sido de acá. Algunos me encuentran medio loca, pero percibo una conexión espiritual con las energías que me regala este paisaje”, explica.

Sobre esos suelos degradados, entre trigales, maizales y ciruelos, sus viejas y queridas parras de Carignan crecen con sinigual equilibrio. Sin embargo, según la enóloga, el fenómeno de cambio climático, que amenaza con fuertes y cada vez más recurrentes cuadros de sequía durante el otoño, hace imperiosa la necesidad de un sistema de riego tecnificado para un desarrollo a mayor escala.

ACCIONES CONCRETAS

De acuerdo a Renán Cancino, un viticultor que conoce como la palma de su mano la región del Maule, los injertos sobre variedades rústicas son una excelente opción para los viticultores más modestos, quienes muchas veces pierden toda su producción debido a la escasa demanda de uvas genéricas, ya que resulta más viable económicamente quedarse de brazos cruzados que animarse a cortar la fruta.

“Tengo muy claro el camino que hay que tomar para cambiarle la cara al barrio: aquí existe un gran potencial de calidad, pero lamentablemente subsiste un problema de mentalidad. Un excelente productor como Jaime Benavente, por ejemplo, tiene toda una ladera plantada con País de cabeza y al lado un Carignan realmente mortal. Los productores tienen que optar por esas cepas más rentables, pero cuesta un mundo convencerlos”, explica.

Muchos de estos viticultores de secano, especialmente de la zona de Cauquenes, han convivido desde siempre con este rústico paisaje de País, por lo tanto arrancar o injertar sus plantas es como dejar de ser un poco ellos mismos. Sin embargo, los números son demasiado elocuentes. La producción de una hectárea de Carignan puede transarse en alrededor de $ 2 millones. En otras palabras, estamos multiplicando por siete o más los resultados de la País.

Un productor como Jaime Ollé, por nombrar otro caso, decidió injertar sus parras de País en los 80 -mediante el sistema de púa alcanzó un 96% de prendimiento- y hoy se ha convertido en uno de los principales proveedores de aquellas bodegas que han revivido y posicionado el Carignan en las grandes ligas, cosechando sus remozados cuarteles con rendimientos de alrededor de $ 400 por kilo de uva.

De acuerdo al viticultor, sólo la cooperativa Lomas de Cauquenes reúne más de 1.500 hectáreas de lomas con un enorme potencial cualitativo. Sin duda es un lugar que ofrece muchas opciones. La inversión en injertos asciende a $ 1 millón 500 mil por hectárea y los costos de mantención son muy bajos. Los campesinos dominan a la perfección los manejos de sus parras de cabeza. La principal preocupación es que se “apolven” las plantas -ataques de oídio-, pero con unas pasados de azufre se soluciona el problema.

“Hoy existen algunos proyectos para fomentar la zona, como el llamado “Terroir de Cauquenes” emprendido por el INIA, pero resultaría mucho más sencillo y efectivo subsidiar a los productores para que reconviertan sus parras de País. Es un lugar con muchas posibilidades y la injertación ha demostrado que es una de las mejores”, sostiene.

Andrés Sánchez, enólogo de Gillmore y socio de la consultora Vita Vitis junto al italiano Maurizio Castelli, no le convence demasiado la estrategia de subsidiar a los pequeños productores, pues primero es necesario crear la demanda y después realizar los esfuerzos de inversión. Es más cauto. A pesar del éxito de sus tintos de Loncomilla, donde cepas como el Cabernet franc o el despreciado Merlot han alcanzado una altura considerable, explica que se trata de proyectos muy focalizados y de pequeñas producciones.

El enólogo, quien próximamente debutará con un Hacedor de Mundos Carignan 2006, se inclina por crear una apelación controlada que aglutine estos antiguos, pero impresionantes viñedos de lomas. Actualmente las viñas grandes sólo compran fruta de la zona para mejorar las mezclas de sus tintos, sumando una rica y natural acidez, pero no ayudan a que estos lugares se hagan un nombre.

La idea es producir un vino que nazca de estas pobres y sinuosas lomas cauqueninas, construyendo, a diferencia del proyecto del INIA, una denominación muy delimitada, donde las vegas- -o zonas con menos potencial de calidad- queden afuera. Podría ser un vino en base a Carignan con un porcentaje acotado de otra variedad para darle una mayor estructura o frescor. Algo parecido a Morelino di Scansano, una denominación de la Maremma en base a Sangiovese, cuyos productores hoy venden sus vinos a € 12 en restaurantes. “No hay un valle en Chile que haya hecho algo parecido”, explica entusiasmado.

FRESCA Y NATURAL

Con el fenómeno de cambio climático que acecha al mundo, tanto en los campos como en las aulas, ya son muchas las viñas que merodean la zona, buscando una viticultura de temperaturas más moderadas. Algunas de ellas ya han consumando millonarias inversiones. Concha y Toro y Undurraga, en Cauquenes, y Córpora, en Bío Bío, son los casos más emblemáticos. Sin embargo, existen viñas más focalizadas como Männle, Chillán o Casanueva que han logrado auspiciosos resultados.

“La gente ya no le tiene miedo a cosechar tarde. Antes, si no se cortaba la fruta a finales de abril, simplemente no se podía entrar a la viña por las lluvias. La costumbre de cosechar antes de Semana Santa ya se perdió”, dice el enólogo Claudio Barría, explicando una de las principales patitas del salto cualitativo que han experimentado los vinos de nuestra frontera sur.

Si bien hay inversionistas, sobre todo extranjeros, interesados en cepajes “autóctonos” como Cinsault e Italia, encontramos zonas muy atractivas para variedades nobles de ciclo corto. Es el caso de Guaralihue, una zona de lomas ubicada a sólo 20 kilómetros del mar. “Allí tengo 4,5 hectáreas de Pinot noir de seis años en espaldera que me han dado muy buenas uvas. El viñedo está plantado con exposiciones poniente y oriente. La poniente me entrega fruta más fresca y vigorosa. Este año incluso tuve que irrigar la viña. Fue una locura regar con un tarrito planta por planta, pero valió la pena”, explica.

El sur de Chile poco a poco se ha ido despoblando. Muchos viñedos hoy lucen bajo el más completo abandono. “Esta cosecha afortunadamente se pagó entre $ 80 y $ 100 por kilo de Cargadora e Italia. La gente lo agradece porque al menos pudieron cortar la fruta”, dice Barría. El bosque avanza con prepotencia y la gente se ve obligada a dejar sus tierras. “Hace 10 años atrás existían tres equipos de fútbol en la localidad de Huaro. Hoy no alcanza ni para uno”, se quejan algunos productores que por nada del mundo entregarán sus tierras a las forestales. Ellos año a año venden sus uvas a las grandes viñas o envasan sus propios vinos que distribuyen de pueblo en pueblo.

Barría, sin embargo, está muy optimista con el futuro de la región y de esta vitivinicultura colmada de identidad, augurándole un gran futuro al establecimiento de cepajes nobles. El Pinot noir y algunas cepas blancas se adaptan muy bien en las zonas más costeras como Guaralihue; el Merlot y Syrah, en los alrededores de Chillán; y el Cabernet sauvignon, en los sectores más cálidos como Portezuelo. “Si el País sale bueno ahí, imagínate el Cabernet”, exclama.

También ve como una alternativa muy interesante trabajar con aquellas viejas parras de Italia para la producción de un vino base para espumosos. Este segmento ha crecido mucho en los últimos años y esta cepa blanca -cosechada a 11º- es una excelente opción debido a su riqueza aromática y estructura.

Aunque no descarta la posibilidad de injertar estas añosos cepas, asegura que el futuro está en nuevas plantaciones en espaldera que apunten a niveles superiores. “En el sur existen muchas ventajes comparativas: la tierra es más barata; la disponibilidad de agua es mayor, salvo algunos sectores de Cauquenes; la fruta es más fresca, más moderna de acuerdo a lo que piden hoy los mercados y, sobre todo, más sana. Los campesinos sólo podan y pasan el azadón dos veces por año. Prácticamente no se azufra. Es una viticultura muy natural”, sostiene.

AL PIE DEL CAÑÓN

Volvemos a Retiro, a esta tierra de tosca y esfuerzo, donde compartimos un asado para celebrar la vendimia. Entre aromas de guindas, membrillos y uvas, los trabajadores, un grupo de estudiantes de agronomía, un gringo loco y un equipo de cineastas que intenta descorchar el Sur, aplauden, ríen y cantan al unísono. Seguramente todos recordarán esta fiesta donde terminaron abrazos con lo más profundo del alma campesina.

Pero el futuro es incierto: no sabemos si se concretarán nuevas inversiones en la zona, si conviene injertar o tender riego tecnificado, pero estamos seguros que aquí se cosechan mucho más que uvas. El viento sopla fuerte y la gente espera buenas nuevas. Algo que surja y vaya en rescate de estas tradiciones que moldearon no sólo la personalidad del hombre de campo, sino sentó las bases de un sector productivo que le ha dado prestigio a un país entero.