jueves, 4 de junio de 2009

Colchagua, arriba

Cada vez son más las viñas que se atreven a cruzar la carretera en busca de frescura, tanto para sus tintos como blancos. La cordillera es el nuevo hot spot de la tradicional Colchagua.

El paisaje es agreste. Entre espinos, arbustos y pastizales, pasean sin apuro un puñado de vacas. Se respira quietud. Incluso cierta languidez. Sólo el viento, que comienza a soplar con fuerza durante la tarde, rompe repentinamente la calma en Los Lingues. Ya entrada la noche, cuando el sol ya descansa detrás de la Cordillera de la Costa, se escucha, a lo lejos, un estruendo. Dos jóvenes aprietan el gatillo de sus escopetas y expulsan un racimo de perdigones.

“Alcancé a conocer el campo antes de que fuera plantado. Un campo re’ lindo donde íbamos a conejear. Años después, cuando aún estaba en la universidad, trabajé en la viña y participé de los estudios y la plantación de los viñedos de Los Lingues”, cuenta José Ignacio Maturana, enólogo de Viña Casa Silva.

Sondearon muchos otros predios, pero finalmente la familia Silva (José Ignacio es muy amigo de Gonzalo Silva, su otrora compañero de caza) se inclinó por estas tierras compuestas por un crisol de suelos y con una Cordillera de Los Andes que parece venirse encima. Sin duda: querían algo especial.

A estas alturas de Chile, los cordones de ambas cordilleras están muy próximos, formando una especie de embudo por donde se cuelan los fríos vientos sureño y cordillerano. Estas diferencias de presión no sólo convierten Los Lingues en una zona muy ventosa, sino que hacen que las temperaturas máximas durante el verano alcancen niveles soportables para el ser humano, pero sobre todo para que las parras regalen una fruta más fresca que al interior de Colchagua.

De acuerdo a Maturana, Viña Casa Silva cuenta en este pequeño valle con un jardín de variedades, pero son el Cabernet sauvignon, el Petit verdot y especialmente el Carmenère las cepas que alcanzan las mayores alturas. También producen un Viognier más que interesante, pero Los Lingues siempre fue pensado en función de cepajes tintos.

“Es un lugar con muy buena radiación, pero sin golpes de sol y donde llueve muy poco en comparación con el resto de Colchagua. Diría que es una zona cálida, pero con temperaturas moderadas y una muy amplitud térmica entre el día y la noche”, explica el enólogo.
Además de los efectos del clima, los suelos son muy especiales. Los Lingues es un verdadero rompecabezas. Simplemente se pueden encontrar todas las composiciones y texturas, desde suelos aptos para plantaciones de choclos y otras especies de gran rendimiento, hasta para viñedos que producen vinos de alta gama.

Ignacio Conca, enólogo de TerraNoble (la viña posee 30 hectáreas en Los Lingues), es tajante y afirma que no todos los suelos son aptos para producir vino. “En algunos sectores hay arcilla para hacer cacharritos”, se ríe.

Debido a la heterogeneidad de los suelos, Conca ha debido dividir, por ejemplo, sus 20 hectáreas de Cabernet sauvignon en 5 cuarteles con 15 lotes distintos de cosecha. “¡Y pasan nada menos que 3 semanas entre que se corta la fruta del primer lote y el último!”, exclama el enólogo.
Algo muy similar le ocurre a Maturana. Sus 160 hectáreas se pueden (y deben) manejar como un chiche para lograr buenos niveles de calidad. De hecho, el comentado proyecto Microterroir, que dio vida al gran Carmenère del mismo nombre, divide el campo en un sinnúmero de pequeños sectores de formas irregulares que pueden alcanzar apenas 0,2 hectáreas. Cada bloque, cada pieza, es manejada en forma independiente para lograr una madurez homogénea de sus uvas y altos estándares cualitativos.

En términos gruesos son suelos de precordillera de mucha piedra, profundos y de buen drenaje. Las raíces de las parras tienen espacio para explorar y extraer agua y minerales. “Estas condiciones son básicas para producir un buenos Carmenère. Buenos Cabernet sauvignon, en cambio, puedes encontrar en muchos lugares. Es menos regodeón. No es tan exigente”, sostiene el enólogo.
Maturana explica que en Los Lingues se logra todo naturalmente y la fruta se corta 15 días antes que el promedio de Colchagua. “¿Qué nos lleva a esto?”, se pregunta el enólogo. Y se responde: “Nos interesa que la variedad se exprese en toda su magnitud. No queremos compotas ni pasas. Queremos entregar en el vino esa nota vegetal, pero elegante, queremos que no haya dudas de que es un Carmenère”.

Para Ignacio Conca, definitivamente se trata de una zona de tintos. “He visto algunos Sauvignon blanc y no pasa nada”, sentencia, y dice que las cepas que alcanzan un mejor nivel son lejos el Carmenère y Petit verdot.
“El Cabernet sauvignon puede estar más complicado porque los suelos te pueden jugar una mala pasada. El Carmenère, en cambio, es intenso y frutal, mientras que el Petit verdot es realmente sorprendente. Nunca he probado una fruta más clara y rica que lo que se da en Los Lingues. Es redondo, con buen color, buena acidez y mucha fruta”, asegura.

Algunos kilómetros más al sur, de Chimbarongo hacia la cordillera, las temperaturas promedio aún son más bajas y dan margen para la producción de vinos blancos. Allí Viñedos Emiliana posee un campo propio ubicado a 3 kilómetros de la carretera, donde hay plantado Sauvignon blanc, Viognier, Marsanne y Chardonnay.

“Contamos allí con un suelo muy aluvial, franjeado por zonas arenosas y pedregosas, por lo tanto el tema de la cosecha es muy complicado. Pero, a pesar de estos retos que nos impone el terreno, producimos vinos con notas minerales y de acidez muy fresca, que le dan un muy buen equilibrio en la profundidad de la boca”, dice César Morales, enólogo de Viñedos Emiliana.
Esta viña, que se ha especializado en vinos orgánicos y biodinámicos, también trabaja otro campo muy próximo al otro, a 8 kilómetros de la carretera, perteneciente a sus socios estratégicos de la agrícola Viconto. Aunque está plantado con Gewürztraminer, Sauvignon blanc, Chardonnay y Pinot noir, Morales sueña con el Côte du Rhône y en emular una mezcla colchagüina de Marsanne-Viognier.

“El problema es que en una empresa grande o mediana como la nuestra, que vende 900 mil cajas al año, cuesta mucho hacer líneas o vinos de bajas producciones. Es una lucha constante con el departamento comercial. Hoy estoy peleando para sacar una mezcla de Marsanne-Viognier. Vamos a ver cómo me va. Este año la voy a testear en Suecia”, explica.

A estas empresas también les cuesta atreverse con cepajes tintos en condiciones un poco más extremas como la de estos dos campos, pues privilegian una producción consistente año a año. “Había Cabernet sauvignon y Carmenère, pero estaban mal posicionados. Costaba mucho llegar a madurez. Ahora, cuando lo hacían, los vinos eran realmente increíbles (sólo en 2003 lograron madurar apropiadamente). La verdad es que podríamos haber dejado algo, pero comercialmente era difícil”, explica el enólogo.

Pero si de alturas se trata, Morales revela que también están trabajando en un campo en Puerta Negra, ubicado a 23 kilómetros de San Fernando, camino a las Termas del Flaco. Aunque el campo está en primer año de producción, el enólogo afirma que tiene un potencial muy importante, especialmente para Pinot noir, Viognier, Sauvignon blanc y Chardonnay. “¿Y tintos?”, le pregunto, intuyendo la respuesta. “Tengo un Malbec que pienso mezclar con Carmenère, pero la verdad es que es muy poco”.

Otro que anda merodeando por la zona es Marcelo Gallardo, enólogo de Los Vascos. Precisamente en el sector de La Sierra, un poco antes de Chimbarongo y a 2,5 kilómetros de la carretera, compra Sauvignon blanc y Chardonnay.

“Es una alternativa mucho mejor que Casablanca porque compramos a un mucho mejor precio y mantenemos la denominación Colchagua (el Sauvignon blanc de Casablanca se vende entre US$ 1,2 a US$ 1,5 el kilo en años normales, mientras que el de La Sierra, por ejemplo, se equilibra por lo US$ 0,7)”, afirma el enólogo.
Sin embargo, las diferencias no son sólo de precio. Debido a la gran radiación solar que ilumina los viñedos, ubicados nada menos que a 700 metros sobre el nivel del mar, el Sauvignon blanc colchagüino posee notas de mandarina, de fruta más madura, sin los aromas vegetales que se dan en Casablanca.

“El Chardonnay, en cambio, es más austero en nariz, pero la boca es mucho más cremosa, golosa y envolvente. Este año, por ejemplo, el Chardonnay de Casablanca está súper diluido, así es que usaremos el de Colchagua para potenciar sus bocas”, dice Gallardo.

Lamentablemente, cuando ganas en algo, siempre pierdes por otro lado. Así al menos es en el campo de la enología. A pesar de que estos vinos son más golosos, y en el caso del Chardonnay llenan ese paladar medio que en Casablanca se siente algo agujereado, los blancos de Colchagua no tienen la acidez y vivacidad de los del valle costero.

Las diferencias de acidez total casi alcanzan un gramo (en enología es un abismo). Es por eso que el enólogo de Los Vascos ocupa este vino para potenciar sus mezclas de Casablanca y Leyda, conservando el mayor frescor de la costa, pero llenando la boca de la fruta y viscosidad cordillerana. “Podría atreverme a hacer un Chardonnay solo de Colchagua, pero en el caso del Sauvignon blanc no puedo. Esta cepa sigue siendo de Casablanca”, sostiene.

- ¿Y tintos? -me animo a preguntar nuevamente.

- Con los tintos no pasa mucho. En laderas con buena exposición el Syrah se adapta bien. Estamos haciendo ensayos. Pero los Cabernet sauvignon y Carmenère no andan muy bien. Son difíciles de manejar. Las acideces son muy desequilibradas”, opina.
Donde habían sólo espinos y alguno que otro matorral con ínfulas de árbol, el paisaje de Alto Colchagua (o Colchagua Andes, como le gusta llamarle Gallardo) está cambiando dramáticamente, tiñéndose con el verde de los viñedos. Colchagua crece y se ensancha desde la cordillera al mar. Sus viñateros buscan refrescar sus vinos y, al parecer, lo están logrando.