miércoles, 17 de diciembre de 2014

10 íconos que se desmarcan del Cabernet

Hace un década era impensable que una botella que no fuera Cabernet Sauvignon superara la barrera de los US$ 100. Hoy muchas viñas desafían a su majestad con nuevas propuestas que se alejan del canon bordelés para proyectarse con una identidad más fresca e innovadora, quizás más representativa del Nuevo Mundo.


Todos quieren estar ahí. Pero sólo algunos pueden. Trasponer la barrera de los US$ 100 por una botella es un desafío de marca mayor, sobre todo para un país que históricamente se ha caracterizado por sus vinos buenos, bonitos y baratos. Primero, es imprescindible encontrar (o inventar) un concepto enológico. Puede ser un vino con sentido de origen, que resuma y exalte un lugar de condiciones privilegiadas. Segundo, tiene que ser capaz de absorber una cuantiosa inversión, tanto en manejos vitícolas (cuando el viñedo no está en perfecto equilibrio, las cosechas en verde son intensas para lograr un adecuado nivel de concentración), como de insumos enológicos, preferentemente barricas nuevas de los mejores bosques franceses, y pesadas botellas de vidrio, más apropiadas para el entrenamiento de fisiculturistas que para catadores o consumidores. Tercero, y quizás lo más importante, contar con la credibilidad suficiente para lanzarse a esta aventura sin caer al vacío. No cualquier viña puede convencer a un mercado más bien conservador, dispuesto a pagar en oro los emblemas bordeleses o borgoñones, pero escéptico cuando el producto proviene del fin del mundo.

Entonces, ¿para qué tomarse tantas molestias? La decisión de “producir” un vino ícono (o súper ícono, la nueva categoría inaugurada por Taita de Montes) no es sólo comercial, sino transita por los pedregosos caminos del marketing. Levantar la mano en este segmento, ineludible para toda bodega con aspiraciones (a veces, delirios de grandeza), nace de la necesidad de demostrar que no hay techos para su vitivinicultura, que se pueden parar de tú a tú con los emblemas franceses e italianos. Muchos afirman que estos vinos no se venden. Están hechos para las narices de los críticos. Sus entintados pulgares en alto, traducidos a puntajes que deberían sobrepasar los 95 puntos para no caer en la ignominia, pueden atizar el despliegue de la caballería, la que finalmente hace caja, la que gana la guerra, compuesta por los clásicos Cabernet Sauvignon y Sauvignon Blanc de US$ 10 o incluso menos.

Hace alguna década era impensable que un ícono chileno no fuera un Cabernet Sauvignon o al menos una mezcla bordelesa. La mayoría de estos vinos provenían de Maipo Alto, como Don Melchor, Domus Aurea, Viñedo Chadwick, Santa Rita Reserva Especial o Lota de Cousiño Macul. Sin embargo, el tablero se ha desordenado (o diversificado, como nos gusta decir). Hoy no es raro tropezar con un Carmenère sobre US$ 100, quizás el segmento donde más brilla y convence esta cepa, pero también con otras propuestas y variedades que hasta entonces se mantenían ocultas o no habían alcanzado suficiente masa crítica, como ensamblajes donde predomina el Syrah, Cabernet Franc, Pinot Noir y Carignan. Estos nuevos vinos, que antaño estaban estacionados en el subsuelo, hoy suben a grandes zancadas, enriqueciendo la iconografía chilena, agregando nuevas y en algunos casos emocionantes notas a un portafolio hasta entonces bitonal y aburrido.

El próximo paso de esta nueva generación de vinos íconos (por llamarlos de alguna manera) es seguir profundizando en nuevas propuestas, descubriendo nuevos y asombrosos lugares, pero por sobre todo ganando en estatura. Un vino de estas características no puede nacer en el departamento de marketing, sino debe tener un nivel calidad incuestionable y consistente en el tiempo, sentido de origen y, sobre todo, coherencia entre el producto final y el objetivo enológico-comercial. Ya no basta con producir vinos hiperconcentrados y guardarlos durante 24 meses en flamantes robles franceses, sino contar un buen cuento. Una historia atractiva y convincente.

Casa Silva Altura 2008

Si hay una viña que se ha jugado por el Carmenère, es Casa Silva. A través de su proyecto Microterroir en Los Lingues, ha logrado sacar lo mejor de esta cepa. Con una proporción similar de Carmenère y Cabernet Sauvignon, y aportes de Petit Verdot y de su fresco Syrah de Lolol, es una exhibición de fruta roja, dulce y jugosa, que ha sabido madurar con sabiduría durante 3 años en botella. Un vino que representa el alma de Colchagua… A la altura de la categoría.

Concha y Toro Carmín de Peumo 2011

Fue una de las primeras viñas en tomarse en serio el Carmenère, tanto que supo poner en el mapa a Peumo, esta pequeña localidad que se levanta junto al río Rapel. Proveniente del ya legendario cuartel 32, su Carmenère regala notas de arándanos, pimienta y grafito. Con aportes de Cabernet Franc de Puente Alto y Cabernet Sauvignon de sus viejas parras de Pirque, el vino se muestra firme, altivo, pero extremadamente suave. Carmín es más que un ícono de la cepa. Es un ícono de la elegancia.

Cono Sur Ocio 2011

Parecía un despropósito lanzar un ícono de una cepa con tan poca tradición en Chile. Pero Cono Sur fue arrojado y metódico. Aprovechando materiales antiguos de su fundo en Chimbarongo, su equipo enológico, y con la asesoría del borgoñón Martin Prieur, logró especializarse en esta cepa y convertirse en uno de sus más grandes productores en el mundo. Proveniente de sus campos casablanquinos El Triángulo y Campo Lindo, Ocio es un mole de flores, cerezas y ciruelas. Un Pinot Noir que no se va con chicas.

Emiliana Gê 2010

Esta mezcla tinta es el primer vino biodinámico de Latinoamérica. Pero no sólo eso. Además representa de muy buena forma la filosofía de la viña y los suelos graníticos del pie de monte de su fundo Los Robles. Su base es el Carmenère, pero muy bien apuntalado con Syrah y Cabernet Sauvignon. Con notas de frutos negros, pimienta y chocolate, el vino se siente voluptuoso, firme y en extremo goloso. Un colchagüino que mira las estrellas, pero con los pies bien puestos en la tierra.

Errázuriz La Cumbre 2011

Errázuriz fue pionera en el cultivo de Syrah. También en lanzar un ícono de esta cepa. Siempre de sus clásicos cuarteles de Panquehue –Max V y Don Maximiano–, pero esta vez con un aporte de Manzanar, perteneciente a la D.O. Aconcagua Costa, este vino se caracteriza por su gran estructura y fuerza frutal. Con notas de violetas, arándanos y especias dulces, y empujado por el frescor de la temporada 2011, este Syrah regala profundidad y exuberancia.

Maquis Franco 2010

En la confluencia del río Tinguiririca y el estero Chimbarongo, en el corazón de Colchagua, esta joven viña sorprende con una cepa poco explotada, confundida entre los componentes de mezcla, pero con un tremendo potencial en Chile. De los mejores retazos de su viñedo en el fundo Maquis, este Cabernet Franc conquista con sus notas de frutos negros, pero por sobre todo por su carácter herbal, especiado y austero. Es un Cabernet Franc con mucha tipicidad. Puro y francamente fresco.

Matetic 2010

Con su ya legendario EQ 2001, esta viña inauguró la categoría Syrah de clima frío. Un vino que desconcertó a muchos, pero maravilló a unos pocos pero influyentes, obligándolos a profundizar en el desafío de embotellar un tinto del mar. Con Matetic Syrah dieron un paso más allá. De las partes más planas de su fundo El Rosario, donde se acumula la niebla costera, nace este ícono de violetas, pimienta y mineralidad. Un sanantonino que es pura potencia y frescor.

Viu Manent Viu 1 2010

Era arriesgado identificarse tanto con un emblema trasandino, pero Viu Manent no podía desaprovechar el potencial de sus viñedos centenarios de Malbec en San Carlos de Cunaco. Invariablemente del cuartel Nº 4, este vino nace para convertirse en un ícono y hacer escuela, empujando la producción de Malbec de diferentes lares y estilos. Con la profundidad de sus frutos negros, perfumes de violetas y especias dulces, sumado a un cuerpo firme y atlético, Viu 1 deja el tango para bailar una cueca chora.

Montes Purple Angel 2011

Abriéndose paso entre los icónicos Montes M Cabernet Sauvignon y Folly Syrah, después de mucha meditación y ensayo, irrumpió este Carmenère de Colchagua. La fórmula fue combinar en partes iguales la madurez y sedosidad de Apalta, y la fresca personalidad de Marchigüe, abrochando la mezcla con un porcentaje de Petit Verdot. El resultado: elocuentes notas de moras y frambuesas, pimienta rosada, clavo de olor y una buena dosis de chocolate bitter. Un ángel que llegó con cierta timidez, pero que finalmente desplegó sus alas púrpuras para volar a gran altura.

Odjfell 2005

Fue una de las primeros viñas en visualizar el enorme potencial de los viñedos antiguos de Carignan del secano maulino. Y supo interpretar el carácter del rulo como pocas. Odjfell 2005 resume toda la filosofía de su equipo. Una viticultura sustentable, respeto por la tipicidad de la uva y elaboración de vinos frescos y profundos. Con notas de frambuesas, cerezas y moras, y una acidez alegre y punzante, este Carignan de Tres Esquinas está próximo a cumplir una década, pero aún tiene muchísimo que celebrar.