jueves, 31 de diciembre de 2015

Carmenère: Verde que no te quiere verde

Ha costado, es cierto, pero ya la conocemos mejor. A continuación, la visión de dos expertos que han aprendido a lidiar con sus emblemáticas pirazinas.


Desde su redescubrimiento (o reinvención, como señala el profesor Philippo Pszczólkowski), la Carmenère ha protagonizado una saga marcada por la bipolaridad. Asombro, desconfianza, algarabía e indiferencia, son sólo algunos de los sentimientos que ha provocado esta cepa en los últimos cuatro lustros. Los viticultores aún tratan de comprender sus caprichos, de aplacar sus verdores, de conquistar a los consumidores con su textura suave y poder femenino.

En sus primeros años de vida pública provocó más de alguna reacción histérica. Algunos viñateros pensaban que terminaría matando el Merlot, que durante la década de los 90 se vendía como pan caliente (más tarde quedaría demostrado que el Merlot no necesitaría asesino alguno). Luego fue capaz de generar una fuerte ola de entusiasmo. Muchos imaginaron que se convertiría en la gran bandera chilena: la solución a los problemas de identidad de nuestra vitivinicultura.

Michael Cox, el recordado director de Wines of Chile UK, desde un principio llamó a la calma. ¡A poner paños fríos! No le gustaba llamar bandera a la Carmenère. Para el británico era una firma distintiva, una exclusividad de nuestros campos, que debía jugar roles más bien secundarios, detrás de la verdadera estrella llamada Cabernet Sauvignon.

Finalmente esta ola de entusiasmo se transformó en una dolorosa escisión del Merlot, en miles de nuevas hectáreas (muchas veces en lugares inadecuados), en millones de litros exportados a muy bajo precio que hicieron un flaco favor a la incipiente reputación de esta cepa. Claro, entonces no se sabía cómo tratarla. Los viticultores cosechaban sus uvas muy temprano, despertando el incontrarrestable poder de sus pirazinas.

A mediados del nuevo milenio, los viticultores pensaban que habían logrado comprenderla. La receta era cosechar bien entrado el otoño, a finales de mayo e incluso en junio en las temporadas secas. Una peculiar receta viajaba de boca en boca a lo largo y ancho de los valles: estresar las plantas y deshojar sin contemplaciones, dejando la parra completamente desnuda algunas semanas antes de cortar sus racimos.

Esta práctica vitícola se tradujo en vinos sobremaduros, que en lugar de mostrar con orgullo su carácter varietal, lo escondían con aromas confitados, altas graduaciones alcohólicas y una madera dulce que muchas veces hacía cortocircuito con sus notas especiadas. Algunos vinos sabían como remedio, pero sin duda no era el remedio más adecuado para reducir los cambiantes estados de ánimo de la Carmenère.

VESTIDA ES MEJOR

Aunque el entusiasmo por esta cepa ha decaído en los últimos años, los viticultores y los centros de investigación de las universidades continúan sus esfuerzos por comprenderla. Las viejas recetas parecen haber quedado en el pasado y hoy asoma una nueva generación de vinos con una entretenida y equilibrada personalidad. “Se acabaron los tiempos en que las parras quedaban cogote de gallina”, dice con humor Rodrigo Barría, subgerente agrícola de Montes.

Después de muchos ensayos, el viticultor concluye que la mejor forma de manejar sus pirazinas es buscando una buena iluminación desde el principio de la formación de las parras. La idea es dejar que penetre luz indirecta, evitando los golpes de sol en las uvas, pero al mismo permitiendo que los verdores se vayan poco a poco aplacando.

Al contrario de lo que se solía hacer, el viticultor señala que los deshojes son una práctica cada vez más escasa. “Hoy deshojamos sólo las zonas que pueden ser más verdes. En Apalta casi no se deshoja y en Marchigüe sólo las orientaciones Este-Oeste, donde pega el sol de la mañana. Más al Maule o en zonas más frescas puedes hacerlo con mayor intensidad, pero siempre buscando un buen equilibrio hoja-racimo”, sostiene.

Para eso utiliza un sistema de conducción semi abierto con una sola enreja y cargadores en lugar de pitones. Pero se tiene que chapodar la viña. Si no se hace, la estructura tiende a caerse hacia un lado. Es un sistema que anda muy bien, pues permite tener el racimo más iluminado que una espaldera tradicional.

BAJANDO LOS HUMOS

Yerko Moreno, director del Centro Tecnológico de la Vid y el Vino de la Universidad de Talca (CTVV), sostiene que la clave ha sido controlar su excesivo vigor. Los mejores Carmenère andan bien en suelos profundos, pero con buen drenaje. Así se practica una viticultura menos dependiente del riego. Las viñas salen de la primavera con muy poca agua en el suelo y el objetivo es lograr que el potencial de pirazinas sea menor desde la partida.

“El secreto de un Carmenère de alta gama como Microterroir de Los Lingues (uno de los íconos de esta cepa producido por Casa Silva) ha sido encontrar los sectores donde el Carmenère se equilibra naturalmente. Su viñedo está plantado en condiciones de suelos profundos, pero no retenedores de agua. Estos se chapodan una vez en la temporada y se mantienen las hojas verdes hasta casi el final de la temporada. Recién cosechamos cuando las hojas comienzan a ponerse rojas”, señala el investigador y asesor vitícola.

Rodrigo Barría, por su parte, opina que en suelos con napa también se puede dar bien esta variedad. La napa mata las raíces y desvigoriza la planta. “Como la cepa tiene buen color y estructura, no requiere de suelos tan restrictivos como el Cabernet Sauvignon. La raíz del Carmenère es bastante extractiva”, explica.

Montes tiene plantado Carmenère en las laderas de Apalta, en un suelo con más materia orgánica, donde el Syrah andaba muy mal. ¡Se disparaba! Según el viticultor, los primeros años hubo mucho vigor y pirazinas, pero hoy han logrado vinificar un súper buen vino. En Marchigüe, por otro lado, el mejor Carmenère está en suelos graníticos, en lo que se conoce como maicillo. Ahí se da muy bien, pero también funciona en suelos rojos arcillosos. En realidad es una cepa bastante plástica.

DERRIBANDO MITOS

La Carmenère es una variedad vigorosa, con yemas en la base de sus sarmientos de escasa fertilidad. Su entrada en producción es lenta. En condiciones de climas fríos o en suelos demasiado restrictivos, se muestra muy sensible a la corredura de sus racimos, afectando considerablemente su capacidad productiva. “Si el suelo es deficitario conviene hacer aplicaciones de boro y zinc antes de flor para lograr una buena cuaja”, afirma Barría.

Sin embargo, según el director del CTVV, las últimas investigaciones han comprobado que los déficits de boro y zinc no son los principales culpables de sus problemas de cuaja. Más bien se trataría de una malformación floral. “Estudiamos ese tema y concluimos que se trataba de una característica genética. Un grano de polen deforme no germina, por lo tanto hay que aplicar hormonas que estimulen su crecimiento”, señala.

Además de cultivos entre hileras para bajar el vigor y estimulantes para mejorar la cuaja, el uso de portainjertos también tiene un efecto positivo en la producción. De acuerdo con el investigador, los replantes se están haciendo con portainjertos y ha mejorado mucho el comportamiento de la cepa. Con el portainjerto 101-14 los procesos se apuran y el vigor es más controlado. Con el 110-Richter, por otra parte, mejora la cuaja, siempre y cuando no se utilice en suelos demasiado fértiles. “Tenemos harto que aprender. Todavía no contamos con un conocimiento prístino de la combinación perfecta”, admite.

En este sentido, el CTVV y Casa Silva llevan 15 años trabajando en el proyecto Microterroir y hoy salen a la luz nuevos antecedentes que podrían marcar un antes y después en el cultivo de esta variedad. En dicho proyecto analizaron más de 40 clones de Carmenère y finalmente seleccionaron dos con excelentes aptitudes agronómicas. “Ahora tenemos que multiplicarlos y plantarlos en otros lugares”, anuncia el académico.

Moreno sostiene que se ha derribado un mito. La variabilidad genética no es tal. Son mucho más relevantes los suelos y condiciones climáticas donde la cepa es plantada. Un clima como Los Lingues, con altas temperaturas estivales, pero con un viento cordillerano que refresca las parras cuando más lo necesitan, son ideales para producir vinos maduros, pero con una excelente relación azúcar / acidez.

Tal vez el punto de cosecha de la Carmenère es el ámbito que aún despierta las mayores controversias. Según Rodrigo Barría, sigue siendo la última cepa que se cosecha después del Cabernet Sauvignon. “Nosotros generalmente vendimiamos entre fines de abril hasta las primeras semanas de mayo. Ahí logramos una madurez óptima entre 24 y 25,5º Brix. Puedes cosechar antes, en la mitad de abril, y la fruta desarrolla un sabor de higo muy interesante, pero hay que encontrarlo”, sostiene.

Microterroir, en cambio, se cosecha a finales de marzo con un promedio entre 23,5 a 24º Brix. La idea es cosechar fruta fresca y mantener la tipicidad de la cepa, ese carácter especiado que algunos enólogos aún confunden con verdor. Moreno es taxativo. No es partidario de coquetear con la sobremadurez, sino dejar que la variedad exprese todo su carácter, sin esconder su esencia, su sello distintivo.

Pese a los avances en materia de investigación y una mayor comprensión de su comportamiento, la continúa siendo Carmenère una cepa complicada. Pone a prueba la capacidad de los enólogos para lograr una calidad consistente, en especial en las líneas básicas, donde los márgenes son muy estrechos y no permiten realizar todos los manejos vitícolas. “Voy a ser muy honesto: yo no diría que es nuestro cultivar emblemático. En Chile el Cabernet Sauvignon es imbatible”, señala Moreno.

Y quizás ahí reside el mayor de sus encantos: en su personalidad díscola e enigmática, en su afán por desafiar a los viticultores, en su capacidad para reinventarse.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

El Pellín: Los vinos del futuro

Con el fenómeno de cambio climático, el sur profundo cobra cada vez más relevancia y esta viña osornina marca un camino tan audaz como emocionante, regalándonos sabores profundos y vibrantes.


Todo partió como una aventura romántica. Y después de 15 años continúa siéndolo. Con la plantación de 2,5 hectáreas a orillas del río Pilmaiquén, en la osornina comuna de San Pablo, El Pellín es unas de las viñas más australes de Chile. Ante el estupor de las vacas lecheras, sorpresivamente las vides comenzaron a conquistar un espacio en el paisaje sureño, produciendo, gota a gota, algunos de los vinos más interesantes de la escena vitivinícola nacional.

Este proyecto nació de la inquietud de Christian Sotomayor, director de Exportaciones de Viña Valdivieso, y su primo Alejandro Herbach. Más tarde se unió el agrónomo Rodrigo Moreno, quien hoy es el encargado de la administración del predio y el responsable de lidiar con las condiciones extremas que impone la Latitud 40º. “Nosotros cosechamos cuando podemos, no cuando queremos”, explica Moreno.

Este hermoso viñedo, emplazado en una terraza aluvial del fundo Los Castaños, está plantado principalmente con Chardonnay, Sauvignon Blanc, Pinot Blanc y Pinot Noir. La idea es producir espumantes todos los años y algunos vinos tranquilos cuando la temporada sea benigna y se justifique embotellar un producto que no sólo sobresalga por sus excéntricas notas osorninas, sino que sea un producto de calidad sobresaliente.

En esta latitud no sólo el clima es un factor diferenciador, proporcionando a los vinos una notable frescura y profundidad, sino además los suelos aportan un carácter mineral muy marcado. Formados por glaciaciones y tobas volcánicas hace millones de años, estos suelos trumaos de la serie Osorno presentan una capa orgánica muy delgada y a partir de los 20 centímetros aparecen bolones y capas de fierrillo. Su pH es muy ácido, por lo tanto es necesario corregirlo con calcio y roca fosfórica.

El principal enemigo de las parras durante estos años ha sido el oídio. “Por el exceso de vigor, de humedad, literalmente se comía todo”, explica Moreno. Para combatirlo han debido ajustar los manejos agronómicos y especialmente la poda, cambiando los cordones apitonados por guyot. La clave es mantener el racimo lo más aireado posible para prevenir el oído y también la excesiva irrupción de la botrytis.

Su enólogo francés Quentin Yavoy, quien también se encarga del proyecto vecino Coteaux de Trumao, explica que los vinos se hacen de forma absolutamente natural, sin sulfitos y levaduras comerciales. Las uvas pasan a prensa directa y a la pipa. Incluso, en el caso del Sauvignon Blanc, la fermentación puede durar meses. El vino queda con un poco de azúcar cuando llega el frío en otoño y después el proceso se activa en primavera. “Trasiego de una pipa a otra, pero siempre dejo algunas borras que saco antes de embotellar”, sostiene el enólogo.

Hoy El Pellín ya cuenta con dos cosechas de espumantes y un mezcla llamada simplemente “Vino blanco de la zona” (una cofermentación de Chardonnay y Pinot Blanc), cuya versión 2013 estuvo en la cena de gala de Six Nations Wine Challenge en Sydney, recibiendo elogiosos comentarios de los jueces del certamen.

Este año además se suman pequeñas producciones de Sauvignon Blanc, Chardonnay y Pinot Noir que muestran un tremendo potencial y que esperan ansiosas su mejor momento para ver la luz de las góndolas. El objetivo es alcanzar en el plazo de dos años 10 mil botellas a un precio aproximado de $ 10.800 por unidad. “No me puedo tomar esa cantidad de vino en un año, así es que tenemos que comenzar a vender”, dice Moreno, sin perder su romanticismo.


miércoles, 18 de noviembre de 2015

El País del barrio alto

Sin una receta única y mucho debate, ya son muchas las viñas que reinterpretan la tradición del secano. El País está de moda, sí, pero también nos deja una serie de interrogantes: ¿será el punto de partida para revalorizar una tradición menospreciada por décadas o simplemente se trata de una estrategia de marketing para proyectar una vitivinicultura chilena más diversa y genuina?


En 2006 escribimos un artículo que se titulaba “Vamos, vamos, Chilena”, utilizando uno de las tantas sinonimias de la cepa País. Entonces nos preocupaba el futuro de esta cepa fundacional, sobre todo la precariedad de sus productores que luchaban contra los vaivenes de un mercado que parecía reírse de sus más de cuatro siglos de historia. Entonces dijimos:

“Hay algo que atrapa en Cauquenes. Una misteriosa fuerza centrípeta que mantiene a sus habitantes plantados en su terruño. Los cauqueninos, al igual que sus viñas, echan raíces profundas y mantienen casi inalterables sus costumbres y tradiciones. La mayoría son pequeños agricultores. Hijos del sol y de la lluvia. De sus padres, y de los padres de sus padres, heredaron viejas plantaciones, parras de troncos leñosos y de avaras producciones, que hoy representan su principal sustento y un verdadero patrimonio vitícola en el sur de Chile. Menospreciado, por algunos. Vinificado y vendido con orgullo por estos obstinados hombres de campo”.

También entonces conocí al cauquenino Iván Moraga, uno de los herederos de la sucesión del predio San Antonio, dos hectáreas de añosas parras de País, manejadas en forma orgánica. “No sé cuántos años tienen estas parras. Tal vez 150 años. ¿Quién puede saber? Mis papás compraron el campo tal cual como está ahora. Soy un enamorado de la naturaleza. Y la entiendo, sabe. No mato ni a los pajaritos. Pienso que el que cuida la naturaleza también cuida a las mujeres. Yo respeto a las mujeres, pero la verdad es que no las cuido tanto”, me contaba.

En este viñedo de rústica y emocionante belleza nació el mítico Mission Organic 1998 de la Cooperativa Lomas de Cauquenes, elaborado por el enólogo Claudio Barría. Para satisfacer los requerimientos del enólogo, Moraga debió aplicarse y cambiar sus manejos para producir un vino con buen color, suave en su rusticidad y con la suficiente estructura para trascender sin la adición de sulfuroso. “Cuando boto la fruta, mis vecinos no lo pueden creer. ‘Oiga, iñor, pero ¿acaso se volvió loco?’, me preguntan. ‘No, estoy raleando’, les contesto. A mí me gustan como 5 mil kilos por hectárea. Es lo ideal. Pero hay años en que quedamos cortos y debemos resignarnos. Por eso nunca sobra la plata aquí. Cuando hay años buenos, tenemos que guardar para cuando nos toca bailar con la fea. Hay que sufrir, no más, pero estamos acostumbrados a esta vida”, explicaba el productor.

Hoy Moraga ya no es proveedor de la Cooperativa y Mission Organic fue descontinuado después de la partida de Claudio Barría. Ese vino misionero, cuyas caramayolas forman parte del museo de la vitivinicultura chilena, terminó siendo una suerte de proclama, un grito silencioso, un símbolo de una desesperada saga que está muy lejos de tener un final feliz. Esta temporada volví a Cauquenes y me llamaron la atención algunas viñas que no habían sido cosechadas ya bien entrado el mes de mayo. “Para qué las vamos a cosechar”, me dijeron. El precio de su uva se transó en $ 60 pesos el kilo –$ 39 en la planta-, muy por debajo de los costos anuales de producción. La País parece seguir teniendo la misma suerte perra de siempre.

PAÍS BURBUJEANTE

En 2007, tan sólo un año después de mi primera visita a Iván Moraga, comenzaba un intento más por cambiar la suerte de la cepa, “¿Y qué pasa con esto, pues?”, se preguntaba Miguel Torres, refiriéndose a las miles de hectáreas de País desparramadas por el Maule. Fernando Almeda, el director técnico de Miguel Torres Chile, sólo atinó a encogerse de hombros. “No conocía la cepa País, a excepción de las viñas, claro. Sólo sabía que era una variedad rústica. El comentario general era que servía para nada. Sólo para granel y hacer más volumen con un blanco o tinto. Lo dabas por sentado, hombre”, explica el enólogo.

“¡Vamos con todo, entonces!”, exclamó Torres. Y su hijo Miguel se lanzó al proyecto en cuerpo y alma.

Así nació Estelado de Miguel Torres, este espumante de cepa País, vinificado con método tradicional y que reza con orgullo Secano Interior en su etiqueta color rosa. Con el apoyo de FIA (Fundación para Innovación Agraria del Ministerio de Agricultura) y el Centro Tecnológico de la Vid y el Vino de Universidad de Talca, la viña comenzó un intenso proceso de investigación y aprendizaje. “Cuando partió el proyecto no tenía muchas expectativas. Es que llevas 20 años escuchando que no sirve para nada a gente profesional, mayor que tú o con más experiencia, a la que respetas mucho”, vuelve a decir Almeda.

Es que las antiguas generaciones de enólogos, e incluso las que lideraban entonces el SAG (Servicio Agrícola y Ganadero), mantenían a la País escondida, prácticamente bajo tierra, alejada lo más posible de las llamadas variedades finas o francesas que cimentarían el prestigio del vino chileno.

Las dudas aumentaron en el lanzamiento de los primeros prototipos de Estelado. En el atelier del chef Guillermo Rodríguez, y con la presencia del mismo Torres, acompañado por el director del FIA y de los tres últimos ministros de Agricultura de la Concertación, daban el puntapié inicial del proyecto, pero más parecía que estuvieran celebrando un gol de media cancha. En los discursos se repetía que éste era uno de los tres grandes hitos de la vitivinicultura chilena, junto a la introducción de las cepas francesas en el siglo XIX y la llega de Torres a Curicó en 1978 con sus nuevas técnicas y conocimientos.

Recuerdo haber probado esos primeros ensayos y haberme quedado con una sensación amarga en la boca. El exceso de entusiasmo de los sponsors del proyecto, las notas políticas que parecían esconder las flores y la fruta roja de la País, más el carácter fenólico de los vinos -entonces de País y Moscatel de Alejandría- me dejaron con la sensación de que esto se trataba de un mero saludo a la bandera, muy mediático, sí, pero que no cambiaría la suerte de esta cepa.

Con el correr de los años, sin embargo, he tenido que tragarme mis palabras y actualmente soy uno de los más entusiastas fans de Estelado. Un proceso similar, pero mucho más apresurado, vivió el mismo Fernando Almeda: “El primer año me di cuenta que tenía potencial. Los mayores desafíos eran trabajar la carga fenólica y la estabilidad de la espuma. Otro reto era encontrar el punto de vendimia. La fruta verde o muy madura tiene el tanino muy potente. Con estrés hídrico al final de la temporada de cosecha logras color y taninos menos agresivos. Me di cuenta que cosechando más temprano no era tan malo. Además prensamos directamente, sin hacer mucha maceración. Así disminuimos la carga fenólica. Hoy pienso que el País posee las características fisiológicas adecuadas para hacer el vino que tú quieras”, explica el enólogo.

NO HAY RECETAS

La realidad no ha cambiado demasiado -los representantes de la agricultura familiar campesina continúan sufriendo lo indecible por mantener viva su tradición-, pero son muchas las viñas tradicionales que han puesto sus ojos en esta cepa, ya sea por el carácter de sus vinos o como una forma de diferenciar y agregar valor a su portafolio. La crítica no se ha quedado atrás y ha empujado este fenómeno. Ya se han formado verdaderos groupies de la País que alientan su producción y consumo, como si fuera el secreto mejor guardado de la vitivinicultura chilena.

Con la vuelta de Claudio Barría a la Cooperativa Lomas de Cauquenes también se reactualiza un mito. En los próximos meses el enólogo lanzará una nueva versión del Mission Organic, pero esta vez en buen chileno, profundizando su relación con la tierra. Este nuevo País Orgánico presenta un color vivo y destellante, fruta roja y dulce, y unos taninos asombrosamente mansos. El secreto, según el enólogo, está en la aplicación de una nueva técnica de fermentación. “El País del 98 lo hicimos con una fermentación natural, pero con nutrientes. Ahora la fermentación es tradicional, pero aumentando las temperaturas para extraer colores al inicio, sin que trabajen los orujos”, explica.

No hay una receta única para elaborar vinos a partir de la País. Las interpretaciones modernas de esta cepa varían dependiendo de los objetivos y filosofías enológicas de los autores. Algunos productores pequeños, como Tinto de Rulo, Cancha Alegre, Cacique Maravilla o González Bastías, prefieren respetar la tradición centenaria, elaborando sus vinos en forma espontánea, sin más tecnología que las manos y el buche. Otros han optado por aplicar técnicas de otras regiones vitivinícolas, persiguiendo más fruta y suavidad de taninos.

Es el caso de Fernando Almeda, quien busca en su País tranquilo –llamado Reserva de Pueblo- un vino liviano y muy aromático. “Hay que cosechar un poco antes. Ahí el tanino no es seco. Con un alto nivel de madurez se produce un bajón rápido de la acidez natural y el tanino es muy reactivo. También aplicamos maceraciones carbónicas, como las apelaciones controladas de Beaujolais. Las maceraciones son a temperaturas más altas del promedio y el vino agarra más intensidad y profundidad. Los hacemos con racimo completo. A pesar de los raspones, se mantiene más el carácter frutal y el tanino es menos agresivo. Hasta ahora hemos estado trabajando con distintas técnicas de vinificación y podemos decir que si pones el País en una mezcla aporta características especiales. En boca salen vinos agradables, diferentes, que recuerdan los vinos antiguos, no tan potentes, con una elegancia un poco rústica, pero elegancia al final”, explica.

Claudio Barría no está de acuerdo con las maceraciones carbónicas y apuesta por encontrar una versión muy propia, quizás más estilizada que sus viejos y queridos tintos de País. “El País Orgánico es sin maceración carbónica y esas cosas raras. La maceración carbónica no refleja el terroir. ¡Confunde a la gente! No se sienten las diferencias entre los vinos. Nosotros descobajamos, molemos la uva y fermentamos el jugo con levaduras nativas. Tratamos de interpretar la fruta y hacer un vino que sea rico y represente la zona. La zaranda se las dejamos a los productores tradicionales”, explica.

Precisamente el asesor vitícola Renán Cancino es uno de esos productores que no suelta la zaranda ni la tradición del secano. Es más. La defiende con uñas y muelas. En su proyecto El Viejo Almacén de Sauzal trabaja muy apegado a los métodos ancestrales, sin traicionar los siglos de historia. “El País es un vino sencillo. No tiene maquillaje, color ni madera, tampoco una acidez excesiva. Es un vino de taninos elegantes, estructura, acidez grata, nariz limpia y floral. No lo puedes mezclar. El País siempre manda”, afirma.

Cancino también critica la utilización de maceración carbónica. “¿Quién ha hacho maceración carbónica en 200 años? Nunca se ha hecho. ¡No existe! En Beaujolais se hace porque los vinos son intomables. Nosotros hacemos una vinificación espontánea. Vas pisoneando a medida que van fermentando las uvas. Se pisonea en la mañana y en la tarde. No para extraer color. A nadie le importa el color. Así los vinos quedan suaves y con estructura”, explica.

Gustavo Hörmann, enólogo de Montes, también ha salido a buscar País para su línea Outer Limits. En una zona montañosa, entre Colchagua y Curicó, su colega Jorge Gutiérrez encontró un viñedo de lomaje, viejo, quién sabe cuán, tan perdido en el tiempo que ni siquiera está en los registros del SAG. “Hace varios años con Outer Limits peleamos la libertad de perdernos para poder innovar y entretenernos. Con Montes estamos enfocados en vender, por supuesto, pero también en hacer cosas nuevas para mantener el espíritu”, sostiene.

Al igual que un Moscatel Rosado de Curtiduría, este País espera su evaluación para decidir si tendrá o no vida comercial. El vino fue fermentado con levaduras nativas en un par de bins y barricas. “Despalillé para sacar la fruta y no el tanino. El País tiene un tanino bien rústico. Uno no espera ese nivel de amargor en un vino tan liviano. Hay que dejarlo reposar durante 3 a 4 días y pisonear poco. No queda con tanto color, pero da lo mismo. Hay harta fruta y un poco de ese amargor característico. Hay que dejar que se haga solo”, explica.

VINOS DE NICHO

Otro de los enólogos en fijar sus ojos en estas añosas parras fue sin duda Marcelo Retamal. El trabajo del enólogo de De Martino ha sido fundamental para poner en valor –como se dice ahora- el terroir de secano, especialmente los viñedos de Carignan. Hoy también vinifica una mezcla tinta de País y Cinsault bajo el rótulo de Gallardía del Itata. Para el enólogo es imprescindible “volver atrás y entender que Chile es un país de vino. ¡Hay que eliminar del dialecto la palabra industria! Las empresas de vino conviven todas, desde las grandes empresas hasta el chico que hace el vino en la casa”.

Sin embargo, el enólogo explica que no se puede hacer sólo País ni vinos en guata de vaca. “Tenemos que tener diversidad de productos. Esos vinos son de nicho. Si puedes vender un vino a $ 20 mil, bien por ti. Nuestro País / Cinsault pertenece a una categoría de vinos más ligeros, sin madera, con alcoholes bajos. Son de esos vinos que te terminas la botella y quieres otra”, dice.

“Al final, como dice Retamal, todo suma. Es bueno que otras viñas traten de reivindicar y rescatar el País. Pero tú sabes que se están colgando de una cepa, sin conexión con la historia, con el sufrimiento de la País. Hoy hay vinos que saben igual todos. El verdadero País es muy distinto. Cuando te cuelgas de una moda no lograrás hacer nunca un vino verdadero”, sostiene Renán Cancino.

El viticultor afirma que hoy el País mete mucho ruido, pero se pregunta cuántos de esos vinos son de verdad. “Cuando los paras todos juntos, ahí se ve quién es quién. No todo es marca. ¿Cuánta fruta comprará cada una de estas viñas? Menos que Carignan y eso es una insignificancia. El único que gana es el que hace el vino. En Sauzal hay 10 productores chicos y este año pagaron $ 50 el kilo de uva con rendimientos que muchas veces no alcanzan las 2 toneladas por hectárea. ¡Es para llorar! ¡Es un abuso! ¡Es entender nada! Para todos esos productores es mejor embotellar que regalar su fruta”, sentencia.

Para Retamal hay que posicionarse con estos vinos en un segmento que lamentablemente tienen tomado los buenos Beaujolais. Afirma que si los vinos se venden a US$ 6,99 por botella simplemente podemos marcar una gran diferencia porque la calidad de nuestros vinos es muy superior. “Ojalá haya de todo. Que cada uno haga lo que quiera, pero para ser competitivos tenemos que vender entre US$ 40 a US$ 45 la caja, como el Gallardía”, sostiene.

Fernando Almeda opina que ya se ha hablado mucho de diversidad y calidad, pero falta un aspecto fundamental. “Tenemos las herramientas, tenemos los vinos, pero no sabemos sacarle mucho partido comercialmente. En Francia, Italia y Portugal encuentras cosas diferentes a patadas. Aquí nunca le habíamos sacado el partido. Y tenemos que hacerlo porque eso dignifica el trabajo de tantos años de muchos productores”, dice.

Afirma que se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. “Este año decidí ver las cosas mucho más llenas. Hoy pienso que es posible vender País a niveles de precio que retribuyan a toda la cadena de valor. Hay que tener cuento, historia, empujar la categoría y darle valor a los productos. Es un punto de partida, va a costar, pero se puede. Nosotros comenzamos con un productor. Hoy trabajamos con más de 30. Hemos crecido un montón”, explica.

Para Claudio Barría está muy bien que otras viñas comiencen a valorar nuestra tradición, nuestras raíces, nuestra historia, pero que la solución para esos miles de productores de País no se encuentra a la vuelta de la esquina. El poder de compra de las viñas es aún muy exiguo y son muchos los que continúan vendiendo su fruta a precios imposibles.

Una de la soluciones que propone el enólogo es que los agricultores reciban ayuda y asesoría técnica. Por ejemplo, con termovinificaciones a 60º C se puede mejorar mucho el color y la calidad general de los vinos. “Sólo en Cauquenes hay alrededor de 2 mil hectáreas de País y este año pagaron $ 6.000 por la arroba. ¡Nada! Así los productores se podrían juntar y al menos vender su vino a granel a 50 centavos de dólar. Eso les daría para poder mantenerse”, explica.

Gustavo Hörmann agrega que es muy difícil convencer a los comerciales para envasar vinos de País o de otras cepas originarias. “Pero hacer este tipo de vinos nos ha hecho súper bien como equipo. Nos sentimos como dueños, como que estos son nuestros vinos. Ahora, en términos de venta, es súper complicado. No se mueve la aguja. Nunca van a ser masivos. No lo veo como la solución a la pobreza de los agricultores del sur. Vamos a ver cuánto dura esta moda. Pero, mientras tanto, le ha hecho mucho bien a la imagen de Chile. Hoy la mayoría se está abriendo a rescatar cepas antiguas y hacer cosas más a escala humana”, concluye.

Recuerdo que le pregunté a Iván Moraga si le había gustado el Mission Organic, el resultado de tanta dedicación y esfuerzo, de dolores de cabeza y algunas canas verdes. “Las mujeres son todas ricas, pero hay algunas más ricas que otras, ¿no es cierto?”, comienza su explicación. “No voy a ir con la mentira, entonces. El vino no podía ser más malo para mí. Seco, seco. No lo quiero ofender, hermano –se dirige a Barría–, pero parece que usted anda con la memoria medio extraviada. Acuérdese de lo que le dije entonces. Al que no es vinero le gusta el vino dulce. Para mí el blanco no es vino. Es para ocasiones, más para el verano. El tinto, dulce o con harina en la mañana”, respondió sin rodeos.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Maturana Wines: Vivir el (del) vino

El enólogo José Ignacio Maturana y su familia han desarrollado un proyecto a escala humana y apostando fuertemente por el Carmenère. El destino los ha golpeado en más de una oportunidad, pero han sabido mantener el espíritu intacto para ofrecer vinos de clase mundial.


La idea comenzó a madurar en su cabeza en 2010, después de toda una vida profesional como enólogo de Casa Silva. Pero José Ignacio Maturana necesitaba un empujoncito. Y llegó con inusitada fuerza. El terremoto sacudió las paredes de adobe de su casa familiar en Angostura, una construcción patrimonial de más de 150 años. “En la vida las cosas se mueven, se desplazan”, pensé. “Tenemos que hacer algo que perdure, que puedan disfrutar las nuevas generaciones”.

Así la familia, liderada por su padre Javier junto a sus cuatro hermanos, decidieron restaurar la casona y levantar una bodeguita en el patio trasero, donde mantenían las instalaciones de un fallido proyecto de producción de hongo shiitaki. Montaron cubitas de acero inoxidable de 1.000 y 2.000 litros, barricas de 250 y 300 litros y un huevo de cemento que hoy es fuente de toda clase de experimentos.

“En 2011 hice una vendimia en la Borgoña y marcó con fuego mi vida profesional. Tenía un concepto de los vinos que me gustaban, que quería hacer, pero me faltaba algo. Allí el vino se bebe, se habla, se respira. Me di cuenta que haciendo las cosas con pasión el vino podía ser una forma de vida, ¡de verdad!, sin hacer caso de las modas o buscar un cierto estatus”, explica.

Ese mismo año etiquetan su primer vino como Maturana Wines, una mezcla cuya base es Carmenère, apoyada por un pequeño porcentaje de Cabernet Sauvignon. “Es un vino frutoso, con mucha tipicidad y una textura súper suave, con notas de especias de la barrica –no rehuimos de la madera- para asegurar una buena longevidad. ¡Amo el Carmenère por sobre todas las cosas!”, exclama.

En 2014 se produce un nuevo remezón. Un incendio destruye totalmente la casona. Pero lejos de consumir el proyecto, esta nueva jugarreta del destino une más a la familia y el proyecto continúa con nuevos bríos. Después de estos primeros vinos, cuyas uvas provienen del fantástico terroir de Millahue (Cachapoal), Maturana Wines vuelve a sus orígenes colchagüinos y se concentra en Marchigüe. Junto a un propietario de la zona, plantan juntos el campo, sin dejar absolutamente nada al azar, buscando esos vinos soñados y que interpretan la pasión de la familia Maturana. “Las características del Carmenère de Marchigüe son asombrosas. Encontramos la insolación, el viento, la humedad relativa, los suelos perfectos para esta cepa. Nos preocupamos hasta del último detalle, haciendo estudios de suelo, agricultura de precisión con drones... Hacemos pocas botellas, por lo tanto no podemos fallar”, asegura.

Bajo la marca Maturana Wines produjeron 5.435 botellas correspondientes a la vendimia 2012 y el objetivo es ir aumentando paulatinamente el volumen hasta a un punto de equilibrio de 15.000 botellas a US$ 200 la caja, distribuidas hoy en Chile, Brasil, China, Barbados y EEUU. Además cuentan con otra marca llamada Puente Austral, que apunta a un mercado menos sofisticado y está compuesta por un Gran Reserva Cabernet Sauvignon / Syrah, Reserva Carmenère y Reserva Sauvignon Blanc.

En los próximos días José Ignacio viaja para encontrarse con sus raíces a Logroño, donde se encuentra el antiguo pueblo de Maturana. Allí alrededor de una decena de productores aún cultiva la originaria y casi extinta cepa Maturana Tinta, que en los próximos años podría revivir en tierras marchiguanas. “Nuestro objetivo es hacer las cosas con pasión y honestidad. Aunque nos demoremos años, queremos demostrar que se puede vivir del vino, que podemos hacer vinos de clase mundial”, expresa.




miércoles, 28 de octubre de 2015

Potencial de guarda de los vinos chilenos: Escalera al cielo

Aunque existe el mito de que los vinos chilenos no tienen la misma capacidad de envejecer con dignidad que los franceses, la experiencia no indica que esto dista mucho de ser una realidad. Faltan algunos peldaños, pero las viñas chilenas están construyendo su escalera cualitativa. Están haciendo historia.


“If there's a bustle in your hedgerow, don't be alarmed now,
It's just a spring clean for the may queen.
Yes, there are two paths you can go by, but in the long run
There's still time to change the road you're on.
And it makes me wonder.”

Led Zeppellin


Desde que tengo uso de razón, y probablemente mucho antes que eso, se escucha, a veces majaderamente, que los vinos del Nuevo Mundo, y en particular los chilenos, tienen un escaso potencial de guarda. Los productores franceses han convertido esta sentencia en una proclama. Cierro lo ojos y oigo: “sólo los grandes terroir, es decir, los franceses, tienen la virtud de producir vinos que evolucionan con naturalidad y belleza, que van develando distintas capas aromáticas, que vale su precio esperarlos para que muestren lo mejor de sí mismos”.

“He probado algunos vinos antiguos europeos, como un Collioure de 1914. Estaba horrible. No le quedaba nada de mediterráneo. Pero, por otro lado, también he tenido la oportunidad de descorchar algunos Sauternes y Porto post segunda guerra. Ahí es otra historia. Estaban buenísimos, ricos, con notas de frutos secos, de bosque, de aromas terciarios”, afirma el enólogo francés Benoit Fitte, responsable de los vinos de Viña Requingua.

De inmediatamente se me vienen a la cabeza las cosechas antiguas de Don Melchor de Concha y Toro, Casa Real Reserva Especial de Santa Rita y Toro, y Cabo de Hornos de San Pedro, que entonces nacía en un pequeño islote rodeado de ese verde e inmenso océano de Molina. O, para ir aún más lejos, viajando siempre hacia el pasado, aún saboreo algunas soberbias botellas de Antiguas Reservas de Cousiño Macul, particularmente de los años 70 y 80; un Carignan de Lomas de Cauquenes y del Centro Experimental del año 69 -qué cosecha más controvertida-; y un Cabernet Sauvignon de Santa Carolina de finales de los 60, seguramente del Maipo más urbano, que sobrevivió a los terremotos y las remodelaciones, y que se hallaba como un obelisco. Paradísimo.

En esos tiempos, la viticultura y enología eran muy distintos. Las uvas se cosechaban en marzo, cuando sus taninos aún latían, con alcoholes probables muy bajos, que apenas se encumbraban por sobre los 12º, y acideces que regalaban vida, mucha vida. El mercado interno, que entonces bebía –no sé si mejor, pero sí mucho más- estaba acostumbrado a esos taninos algo raspabuches, que no se deshacían en la boca como terrones de azúcar en la sartén de Rolland. Eran vinos más recios. El concepto ready to drink aún no aparecía en los manuales de enología.

Sin embargo, los emblemas chilenos modernos –llamados o mal llamados íconos-, tienen otra lógica, otra intención, otra razón de ser, que va mucho más allá de un concepto enológico, entrecruzándose y haciéndose uno con la estrategia comercial de las viñas. Esos vinos, especialmente a partir del nuevo milenio, cuando tímidamente los enólogos comenzaron a rehuir del sol y cosechar uvas más frescas, emocionan por su elegancia y profundidad de sabores.

“Viñedo Chadwick 2005 me ha sorprendido ya un par de veces cuando lo he probado. Aunque si hablamos de potencial de guarda, 10 años es aún poco. Mis vinos más antiguos tienen 11 años y para evaluarlos necesitaríamos otros 10 años. Si creo que Don Max 2013 y Seña 2013 vienen con un excelente potencial de guarda, al igual que The Blend 2012 y toda la nueva producción de Syrah, Pinot Noir y Chardonnay de Aconcagua Costa. Son vinos que estoy seguro van a mostrar una linda evolución”, opina Francisco Baettig, director técnico de Viña Errázuriz.

Para Arnaud Hereu, enólogo jefe de Viña Odjfell, su experiencia con vinos antiguos chilenos no ha sido muy buena. El tema es la falta de una cultura de país vitivinícola. No existe la tradición de guardar vinos o, cuando se hace, se dejan en lugares inadecuados y expuestos a los 8 meses de calor que sufrimos durante el año. Así los vinos no aguantan. Terminan maltratados. Sin embargo, eso no quiere decir que no tengan un gran potencial de guarda. “El primer vino que hicimos es Aliara 2001. Tiene un poco de brettanomyces, pero está súper bien parado por su gran acidez”, sostiene el enólogo.

DESDE EL COMIENZO

Para que los vinos puedan seguir desarrollándose con el tiempo, y reflejar nuevos y quizás mejores atributos, deben tener un manejo distinto, que parte desde el mismo viñedo. Según Gabriel Mustakis, enólogo jefe de Viña Cousiño Macul, para hacer vinos longevos se requieren ciertas condiciones, como contar con un terroir adecuado y viñas antiguas que estén en perfecta armonía con su ecosistema.

“Lo principal es tomar la decisión de hacer este tipo de vinos. Debe haber cierta intencionalidad. Por ejemplo, en Lota y Finis Terrae partimos trabajando desde la misma viña, cosechando uvas con pHs más bajos para que perduren en el tiempo. No tienen una carga tánica tan marcada, pero sí mucha concentración de fruta. Tienen un buen armado que nos permite que el vino evolucione bien en los 14 a 16 meses que pasa en barrica y después en botella”, sostiene.

En la misma línea opina Francisco Baettig. Para el enólogo hay tres aspectos fundamentales: intensidad colorante (antocianos), acidez (pH bajo) y cierta estructura tánica. “Creo que la sobre madurez va totalmente en contra del potencial de guarda de un vino. Creo que a Chile le sobra luz y sol, por lo tanto los manejos vitícolas son clave. Hay que evitar la exposición de la fruta y el estrés hídrico de la planta. Hay que cosechar un poco más temprano. En la bodega hay que evitar la sobre extracción y cuidar el vino, sin moverlo innecesariamente”, explica.

El mayor desafío, y quizás el más complejo, es cosechar uvas con una buena acidez. Sólo en los lugares adecuados, y con un buen manejo del viñedo, puede lograrse un buen punto de encuentro entre la madurez tecnológica (grados Brix) y la fenólica, sin que se degraden excesivamente los ácidos naturales de la fruta.

“Es muy importante que la acidez sea natural. Con la acidez corregida los vinos se endurecen mucho y no hay una mejora con la guarda. En Requingua todos los grandes vinos los trabajamos con acidez natural. Si hay que cosechar antes, lo hacemos. Lo que para algunos es un riesgo, para nosotros es sólo sentido común”, dice Benoit Fitte.

Para Arnaud Hereu, el gran problema se produjo a principios de los 90, cuando se instaló la moda de cosechar muy tarde en otoño, cuando los enólogos buscaban casi con desesperación una pepa crocante, emulando a Scrat, el personaje de la cinta “La era del hielo” que persigue obsesivamente una inalcanzable bellota. “Esos vinos con pHs altos y baja acidez se cansan rápidamente. Hoy no se pueden catar. Los vinos que estamos haciendo en la actualidad estarán mucho mejores en 20 años más que los vinos que se hicieron hace 20 años”, asegura.

EL CABERNET ES EL PATRÓN

Sin duda hay cepas más apropiadas que otras para elaborar vinos más longevos. El sentido común nos dice que las cepas con estructuras tánicas y acideces más firmes, tienen las mejores posibilidades de envejecer con dignidad. Pero tampoco se trata de hacer vinos súper concentrados. El mejor ejemplo son los emblemáticos Pinot Noir de la Borgoña, una cepa delicada pero con huesos firmes, cuyas botellas antiguas se subastan a precio de oro en Christie’s. Pareciera que también hay otras variables que entran en la ecuación, como la importancia del terroir y de la tradición vitivinícola.

“Los vinos con más aptitud para envejecer que he probado son los grandes Pinot Noir de Borgoña. En blancos, sin duda, los vinos dulces como Sauternes, siempre y cuando se hagan con uvas botrytizadas. Los elaborados con uvas deshidratadas, como la mayoría de los Late Harvest chilenos, no evolucionan bien y tienden a desarrollar aromas de hidrocarburos. En Chile me quedo definitivamente con el Cabernet Sauvignon por su estructura tánica y acidez”, opina Benoite Fitte.

Gabriel Mustakis coincide plenamente con el enólogo de Viña Requingua. “Con el Cabernet tenemos más historia y los vinos han demostrado con creces su gran potencial de guarda. Pero a mí también me ha sorprendido el Merlot que entra en la mezcla de Lota. Evoluciona súper bien cuando sus viñas están bien integradas a la tierra. No es una cepa tan ligera, como muchos piensan. Tiene una buena estructura, aunque el patrón es el Cabernet”, sostiene.

Arnaud Hereu no tiene mucha experiencia con vinos antiguos en base a Cabernet Sauvignon, pero sí está muy contento con la gran evolución que ha tenido su Carignan de Tres Esquinas, en el secano interior maulino. Aunque cierta literatura señala que se trata de una cepa oxidativa, la experiencia del enólogo ha sido muy distinta. La calidad excepcional de la cosecha 2005 le permitió embotellar Odjfell, el primer ícono 100% Carignan, y todo indica que la cosecha 2012 irá por un camino similar o quizás aún mejor. “Lo que pasa es que en este caso no estamos hablando sólo de Carignan, sino de un terroir específico. Eso, definitivamente, cambia las cosas”, señala.

Para Francisco Baettig todas las variedades tienen potencial de guarda, siempre y cuando provengan de un buen viñedo y terroir, y se vinifiquen adecuadamente. “Una cepa compleja en términos de potencial de guarda es el Carmenère, ya que su acidez es menor y su pH un poco alto. Probablemente para que alcance su mayor potencial de guarda y evolución, hay que cosecharlo un poquito antes de lo que hemos venido haciendo y, sobre todo, debe provenir de viñas viejas, con una menor carga de pirazina”, explica.

PRESIÓN COMERCIAL

Pese a las buenas experiencias con vinos que desafían el tiempo, muchas veces las necesidades comerciales empujan estos vinos al mercado antes de tiempo. Descorchar uno de esos vinos, con sólo 2 ó 3 años de guarda, nos hace sentir que estamos cometiendo un infanticidio. Pero ésa es la realidad. Muchos de los vinos llamados íconos se venden demasiado jóvenes, prácticamente imberbes, cuando recién comienzan a insinuar sus mejores atributos.

“Bueno, es un tema comercial. Eso lo hacen hasta los franceses con sus Premier Cru. Las viñas prefieren que sea el consumidor el que guarde el vino para no pagar el capital inmovilizado. En Chile, además, la legislación es muy básica. No existe una apelación de vinos "íconos" que regule esto (habría idealmente que usar otro nombre, en todo caso). Tampoco en los vinos Reserva. En Rioja existen los Crianza, Reserva y Gran Reserva, donde eso está normado. Aquí, cualquiera puede llevar el calificativo Reserva”, explica Francisco Baettig.

“Los Bordeaux en primeur son imbebibles. Son como mascar una tabla. Los resultados en catas comparativas entre grandes vinos chilenos y franceses o italianos, como las ha hecho Errázuriz, son más que evidentes. Los vinos chilenos se muestran bien y muchas veces mejor. No se puede comparar un gran vino francés con un chileno de estantería. Tienen que estar en igualdad de condiciones. Que los franceses gasten plata y compren los grandes vinos de Chile. Se van a dar cuenta que no hay una gran diferencia en términos de evolución”, dice Benoite Fitte.

“El prejuicio es muy grande. El Nuevo Mundo es distinto, pero cuando haces un vino 100% enfocado a la calidad las cosas cambian. No pueden decir que esos vinos están por debajo de los suyos. Incluso tenemos vinos que evolucionan mucho mejor. Simplemente se quedan sin argumentos”, agrega el enólogo de Cousiño Macul.

Una de los casos que mejor refleja esta realidad fue protagonizado por la Viña Aresti. El año pasado relanzaron Family Collection 2001, un Cabernet Sauvignon curicano que se había vendido hace ya más de una década. Sin embargo, esas 300 cajas que guardó el fundador de la viña para su consumo personal, hoy no sólo demuestran el tremendo potencial de guarda de este vino, sino además la acertada movida comercial de volver a ofrecerlo a los consumidores, generando mucho ruido, pero también muchas nueces.

Arnaud Hereu dice que todo depende de la línea y el concepto enológico detrás de los vinos. “Para Odjfell y Aliara pienso en la guarda. No los hago para que los consumidores se los tomen en 10 años más, pero sí para que tengan un buena evolución. Estos vinos perfectamente se pueden guardar 25 años, como los buenos franceses. Lamentablemente estamos obligados a hacer vinos que se vendan lo más rápido posible. A veces pruebo Odjfell 2005 y me pregunto por qué no lo estamos vendiendo ahora. La parte comercial nos come. Simplemente no podemos. La viña no tiene la capacidad para guardar cosechas enteras”, explica.

Más aún con la experiencia del terremoto de 2010, cuando prácticamente perdieron la totalidad de la cosecha 2007. Lo que sí hacen en Odjfell es guardar ciertas cajas para realizar catas verticales con periodistas y comparadores. Aunque no sea la cosecha vigente en el mercado, les sirve para mostrar cómo se puede proyectar ese mismo vino en unos años, haciendo el ejercicio comercial y de marketing mucho más lúdico, atractivo y, tal vez, más convincente.

Para Gabriel Mustakis es importante definir muy bien los objetivos que se persiguen con el vino. “En los niveles altos nos interesa hacer vinos que sean consistentes. Por ejemplo, hoy en el mercado tenemos Lota 2008. A estos vinos les damos tiempo en botella antes de venderlos. ¡Los esperamos! Siempre está la presión comercial, es verdad, pero todo depende de la filosofía de la viña. En este caso, el vino es el que manda”, sostiene.

JUVENTUD, DIVINO TESORO

Según el análisis de Francisco Baettig, Chile es muy pequeño como para enfocarse en vino de volumen. “Tiene un potencial para producir vinos extraordinarios, y no me refiero sólo a los íconos o vinos tremendamente caros, sino a excelentes Pinot, Chardonnay, Syrah, Cabernet o Carignan de un rango de precios menor, más alcanzable. Chile tiene una diversidad increíble que por fin comenzamos a explotar. El potencial es infinito”, señala.

Pero antes de eso tenemos desafíos estructurales importantes que resolver. Baettig explica que Chile salió a exportar a principios de los 90 vinos que cumplían las célebres 3 B (buenos, bonitos y baratos). Después, cuando quiso mostrar todo su potencial, no fue subiendo gradual y consistentemente en términos cualitativos y de precios, sino saltó inmediatamente al segmento de los “íconos”.

“Supusimos que el consumidor de supermercado que compra una botella por US$ 10 iba a saltar a un vino de US$ 70 de la noche a la mañana. Obviamente eso no pasó. Son consumidores absolutamente distintos. Por otro lado, cuando quisimos venderle al consumidor de valor y lujo, nos dimos cuenta que no era fácil pelear en esa liga porque no teníamos una historia larga con esos vinos y no había seguridad respecto de su potencial de guarda, de su continuidad como producto, de su terroir.

Los verdaderos íconos se construyen en el tiempo. Nosotros no construimos una escalera. No le dimos la oportunidad al consumidor ‘normal’ de ir subiendo en calidad y moviéndose en esta escalera. Afortunadamente siento que estamos empezando a corregir esta situación”, explica el enólogo.

Para Cecilia Torres, quien tiene una romántica historia de más de 25 años con el Cabernet Sauvignon Casa Real y el terroir de Alto Jahuel, hay que mirar las cosas con perspectiva, a largo plazo y ciertamente con mucha paciencia. “Las cosas no son blanco o negro. Como en todas partes, los franceses tienen vinos muy buenos, algunos extraordinarios, y otros no tan buenos. La diferencia es que ellos tienen una historia de 150 años haciendo este tipo de vinos. Nosotros llevamos 20 ó 30 años, como es el caso de Casa Real. Chile aún es muy joven, pero estamos haciendo historia”, señala.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Andes Plateau: Pasión vertical

El proyecto del enólogo Felipe Uribe y su familia apunta sobre los 700 metros de altura, buscando un vino más vertical y profundo. La idea es llegar a una producción de mil cajas, pero de forma muy paulatina y sin traicionar su filosofía enológica.


Como muchas cosas en la vida, Andes Plateau nace por una maravillosa casualidad. Después de su salida de la bodega William Fèvre Chile, el enólogo Felipe Uribe prepara un proyecto para postular a Santa Rita, que andaba detrás de proyectos innovadores para refrescar su portafolio. Ese power point no quedó archivado en la carpeta del olvido, sino fue la gran idea que cristalizó en un proyecto familiar cuyo primer vino terminó de ensamblarse en 2012.

El concepto de Andes Plateau trepa por la precordillera, siempre a más de 700 metros de altura, en busca de uvas frescas y punzantes que terminaron convenciendo a toda la familia. Junto a sus cuatro hermanos, Felipe crea la empresa en enero de 2013 y de allí no hay vuelta atrás. “Ninguno es un ricachón, pero están todos súper contentos y comprometidos con el proyecto”, dice el enólogo.

Su vino no podía llamarse de otra forma: Andes Plateau 700 y es una mezcla tinta de cinco variedades de Maipo Alto y Alcohuaz, que seduce con su personalidad vertical, seca y profunda, pensada para la gastronomía y no tanto para montar un show en la nariz. “Me encanta la fruta de Alcohuaz. Tiene una acidez que te mueve la placa. Cuando trabajas bien las acideces naturales de las uvas logras vinos más profundos. ¡Son más verticales!, exclama.

Felipe tienen las ideas súper claras y no se deja llevar por las nuevas tendencias, como la producción de vinos mediterráneos o mezclas de cepas que no están enraizadas con la historia de Chile. “Hoy todos están locos haciendo cosas locas. Yo soy más tradicional. A mí no me interesa impresionar a la prensa, sino hacer un vino que perdure. Las modas pasan y el Cabernet Sauvignon siempre queda”, explica el enólogo.

En los próximos años pretende lanzar también un Chardonnay, probablemente de la precordillera de Curicó, bajo la misma filosofía de su primer vino, pero con una propuesta monovarietal y extremadamente pura. Sin duda al enólogo le interesan más las bocas de los vinos que las narices. “Los vinos son para tomar y no para usarlos como perfume”, dice taxativo.

En el proceso de elaboración trabaja toda la familia, incluida su esposa Maite y su pequeña de 8 años Isidora, quien ya muele uva con sus delicadas patitas. Todo el proceso es muy natural. Con levaduras nativas y remontajes muy suaves. El vino prácticamente se hace solo y refleja no sólo la personalidad de esas uvas de altura, sino también la de su autor.

Hoy Andes Plateau vinifica en Almahue, en la bodega de Gabriel Edwards, donde Felipe asesora y se ha unido en el rescate de probablemente las viñas de Carmenère más antiguas de Chile, que datan de más de 85 años. Allí, entre esos cobertizos de adobe, en ese Chile súper tradicional y campestre, el enólogo cuenta con sus chiches, incluido un foudre francés sin tostar de 3.000 litros.

Andes Plateau hoy trabaja con El Mundo del Vino y exporta con mucho éxito su vino a Brasil. El objetivo de Felipe es llegar a producir unas “5 mil cajitas”, pero piano piano. Con mucha calma y paciencia. La idea es seguir comprando uva y, a medida que vayan vendiendo, la producción también irá aumentando. Mientras tanto, seguirán haciendo las cosas muy a escala humana, con toda su familia y esas señoras de Almahue que todos los años, vendimia tras vendimia, seleccionan sus uvas en una rústica mesa de madera cubierta con plástico. “Gran parte del vino es gracias a esas lindas viejujas”, afirma.

martes, 15 de septiembre de 2015

Plantes y replantes: La raíz de los problemas

Este año la mayoría de las nuevos viñedos corresponde a replantes, principalmente de Cabernet Sauvignon, pero lamentablemente el proceso de no ha sido tan rápido como el sector lo requiere. Aún subsisten miles de hectáreas con graves problemas de rentabilidad.


Qué. Cuánto. Cómo. Estas tres preguntas básicas de alguna manera arrojan ciertas luces (o sombras) sobre el futuro. Este año ha habido nuevas plantaciones, es cierto, pero la gran mayoría corresponde a replantes de viñas enfermas o sencillamente poco rentables. También hay que decir que la cosa ha estado bastante lenta. Y necesitamos acción, acelerar el paso, inyectar optimismo, hacer de nuestra vitivinicultura una actividad más sana, integrada y rentable, donde los productores y bodegas logren márgenes que justifiquen el esfuerzo de todo un año.

De acuerdo al asesor vitícola Eduardo Silva, hoy se habla de la necesidad de reconvertir al menos 30 mil hectáreas. De ellas muchas están mal plantadas, en suelos o mesoclimas que no corresponden, o desgraciadamente son afectadas por cuadros virales o por la cada vez más contagiosa enfermedad de la madera. Esto ha provocado que muchos productores no alcancen su punto de equilibrio financiero, o en otras palabras, dicho esta vez en buen chileno, pierdan plata todos los años.

Según explica el viticultor, la mayoría de las nuevas plantaciones corresponde a replantes, principalmente de Cabernet Sauvignon. Al reemplazar los viñedos viejos por plantas injertadas se puede incluso reducir la superficie de producción. ¿Cómo? Muy simple: al tener un viñedo más sano y homogéneo los rendimientos son mucho más altos. Es decir, con un buen plan de reconversión, Chile puede llegar a vender US$ 4 mil millones, pero con una superficie aún menor.

“Un Cabernet Sauvignon antiguo o enfermo puede producir de 6 a 8 toneladas por hectárea, incluso menos. Una planta nueva a los 18 meses ya produce la misma cantidad, mientras que a los 2 ó 3 años alcanza un rendimiento de 14 a 16 toneladas por hectárea. En este sentido, puedes arrancar 100 hectáreas, replantar 20 y obtener los mismos volúmenes de producción”, explica el viticultor.

El mayor porcentaje de los productores está plantando con vides injertadas y patrones, pero lamentablemente a tasas bastante bajas. Según el viticultor Samuel Barros, jefe de Unidad de Vides de Vino de Univiveros, históricamente no ha existido una planificación para renovar los viñedos, pero poco a poco el escenario está cambiando. “¡Debe cambiar!”, exclama. “Es el momento. Actualmente hay mucha disponibilidad de uva y se pueden suplir las necesidades mientras las nuevas plantaciones comienzan a producir”, sostiene.

El proceso de reconversión ha sido lento, entre otras cosas, por los costos asociados. Sólo arrancar un viñedo cuesta alrededor de $ 1.000.000 por hectárea, por lo tanto no todos los productores pueden dar el paso. Para Eduardo Silva, el Estado necesita tomar cartas en el asunto e implementar, a través de sus numerosos instrumentos, fuentes crediticias destinadas a la reconversión de cepajes o, en ciertos casos, al reemplazo de vides por otras unidades productivas.

ALTA PRODUCCIÓN Y MECANIZACIÓN

Al conocer qué se plantando en Chile, podemos vislumbrar dónde están puestas las fichas de las viñas chilenas. Y la respuesta no sorprende en absoluto. Después de experimentar durante las últimas décadas la irrupción de cepas como Carmenère, Syrah, Sauvignon Blanc y Pinot Noir, hoy todo parece volver a la normalidad. El Cabernet Sauvignon, la cepa más plantada en Chile con 40 mil hectáreas, vuelve a ser el centro de las preocupaciones de los vitivinicultores.

“Por fin se están renovando los Cabernet Sauvignon y por otro lado hay un frenazo muy fuerte con el Syrah por temas de mercado. También se está plantando muy poco Pinot Noir y Carmenère. En blancos, en cambio, se sigue plantando Chardonnay y algo de Sauvignon Blanc”, afirma Eduardo Silva.

En la misma dirección apunta Samuel Barros. De acuerdo al viticultor, este año ha habido mucha demanda de Chardonnay. Es lejos la cepa blanca número uno, pero principalmente para labores de replante. Sostiene que su precio ha estado bueno en los últimos años, por lo menos se ha mantenido muy constante. En cuanto tintas, el Cabernet Sauvignon es el ganador y bastante atrás asoma el Merlot.

Algunos productores también están introduciendo cepas mediterráneas, como Mourvèdre, Grenache y Marsanne, pero son plantaciones más bien reducidas y enfocadas a producir vinos de nicho. “Este año ha estado muy lento, aunque hemos vendido a emprendimientos muy acotados y entretenidos. Por ejemplo, plantas de Pinot Meunier y Chardonnay para un proyecto en Osorno”, dice Barros.

La forma en que se está plantando es otra de las señales que entrega el sector vitivinícola. Según Eduardo Silva, hoy la mayoría de las plantaciones sigue utilizando la espaldera como sistema de conducción. Por el aumento del costo de la mano de obra, toda la arquitectura del viñedo –la ubicación de los postes, altura y orientación- están pensadas para tener acceso a la mecanización. Así de las 80 ó 90 jornadas/hombre por hectárea se pueden disminuir a 15.

“Los diseños con muy altas densidades, donde no es posible la mecanización, sólo pueden apuntar a vinos de muy alta calidad. Hoy una densidad media y aceptable es de 5 mil plantas por hectárea. No hay que olvidar que el vino se hace en el viñedo y rendimientos entre 12 y 18 toneladas por hectárea permiten alcanzar un punto de equilibrio entre calidad y rentabilidad”, explica.

Samuel Barros coincide en que la gran mayoría de los productores está plantando con un criterio de mecanización. Ya casi no ven altas densidades, como hace algunos años. “Hoy derechamente la mayoría se inclina por la alta producción. Diría que sólo alrededor de un 15% está plantando pensando en vinos de alta calidad. Los productores entienden que las plantas injertadas son más vigorosas, pero tienen que tener cuidado a la hora de definir sus objetivos. ¡No se pueden disparar en los pies!”, advierte.

Incluso es factible pensar en un doble propósito: diseñar un viñedo para alta calidad, pero si las cosas no andan bien, se puede tener la posibilidad de ajustar el manejo y producir un poco más de uva. Por ejemplo, con el clon 130 de Chardonnay se puede llegar a cosechar 40 toneladas por hectárea, pero con el 548 los rendimientos serán de 25 toneladas. Aunque por cierto es complejo, se puede plantar el más cualitativo clon 130 y regular su carga para lograr el objetivo enológico y comercial que los productores andan buscando.

También explica que hay productores que están apostando por las canopias libres o de poda mínima, por lo menos en una parte de su producción. Sin embargo, el problema no es el sistema de conducción. “A veces se confunde una mínima poda o input, como dicen los gringos, con mínimo esfuerzo. Puedes plantar un Cabernet Sauvignon clonal para vinos varietales, pero quizás no te den los números o la calidad esperada. Si dejas de hacer los manejos, sobre todo en zonas limitantes, la puerta se va a cerrar”, advierte

LA SUFRIDA CLASE MEDIA

Para Eduardo Silva, es fundamental no poner la carreta delante de los bueyes. Lo que falta en Chile es un buen diagnóstico de la sanidad y calidad de los viñedos. Hay que sacarse la foto –dice- y ver bien cuál es el verdadero potencial del negocio. “Es como un piloto de avión. Antes de despegar tiene que definir a qué altura, velocidad y trayectoria puede volar de acuerdo a su potencial”, explica.

En segundo lugar, afirma, una de las grandes debilidades del sistema es que las uvas se transan en spots anuales. Esto crea incertidumbre y no permite planificar. La llamada industria del vino necesita afianzar relaciones comerciales más integradas y no estar pendiente del precio todos los años.

Por último viene la parte más dolorosa: hay que arrancar todo lo que no tenga una solución técnica o financiera, pues toda esa carga contiene el desarrollo de nuestra vitivinicultura y afecta el ánimo del sector. “Hay muchas viñas que todos los años pierden plata. La industria pierde $ 30 mil millones anuales. Se me ha caído todo el pelo tratando de explicar eso”, se ríe, pero muy seriamente.

“Está bien”, complementa Samuel Barros. “Hay que hacer un cambio, pero no a todos les queda bien el mismo traje. Estamos en una posición un poco bipolar. Producimos 40 toneladas por hectárea o nos vamos al otro extremo y cosechamos una uva filete. Nos falta enfocarnos más en esos niveles medios. Hoy no es negocio el segmento de los Reserva. Puedes producir 8 toneladas por hectárea con un Cabernet Sauvignon del Maipo y la uva la vendes a 80 centavos de dólar. ¿Cuál es mi ganancia? $ 2.400.000. Muy bien, pero ¿cuáles son mis costos? Por lo menos $ 2.500.000. La verdad: es un ejercicio muy ajustado”, explica.

El viticultor de Univiveros anuncia un escenario bastante complicado para el próximo año. Sostiene que es imperativo tener un mercado interno que demande vinos de mejor calidad. ¿Por qué? Porque afuera simplemente no dan los márgenes para pagar esos vinos, a menos que estemos hablando de una viña pequeña y capaz de vender en restaurantes sin intermediarios.

“Con el precio promedio de exportación no nos alcanza ni para cantar en la plaza los domingos”, agrega Eduardo Silva. “No creo que haya más de un tercio de bodegas con color azul. Hay falta de foco. Los que estamos diariamente en la calicata sabemos que es un problema de raíz. Hay que sincerar nuestra industria y Vinos de Chile tiene que tomar el liderazgo. Ése (y no otro) es el primer paso que debemos dar”, concluye.


lunes, 17 de agosto de 2015

Maceración carbónica: Por qué sí. Por qué no

Aunque atraviesa por su momento más estelar, esta técnica ya tiene sus detractores. Es cierto. Produce vinos de colores brillantes y gran intensidad frutal, pero también ciertas consecuencias negativas difíciles de obviar.


Foto: it.toonpool.com

Tardó, pero llegó. La maceración carbónica es una técnica de vinificación muy difundida durante los últimos años. Ya casi ostenta el rótulo de moda. Recuerdo que el primero en importarla –al menos en hacerla conocida por estos lares– fue el gerente-enólogo de Cono Sur Adolfo Hurtado, quien buscaba nuevas alturas cualitativas con sus emblemáticos Pinot Noir, específicamente mejor color, intensidad frutal y suavidad de taninos.

A diferencia de la fermentación alcohólica, en que las levaduras aprovechan la ruptura de las uvas para transformar los azúcares del mosto en CO2 y alcohol, en la maceración carbónica –también llamada fermentación carbónica- todo sucede al interior de las bayas. Al mantener los granos enteros, en un ambiente anaeróbico, las células de las uvas comienzan a respirar los azúcares y convertirlos en etanol.

Este proceso generalmente se realiza en tanques abiertos, a temperaturas reguladas y con adición de gas carbónico. El objetivo es que el proceso sea lento y delicado, evitando al máximo la ruptura de los granos para inhibir las fermentaciones alcohólicas. Aún así, la fermentación suele quedar incompleta y hay que prensar los orujos y terminar el proceso añadiendo levaduras, como una vinificación tradicional.

Esta técnica es muy tradicional en algunos rincones de Europa para la producción de vinos jóvenes y frutosos, sin largas crianzas en barrica. En España, en especial en Jumilla, Bierzo y Toro, llaman a estos vinos “cosecheros” o “tintos del año”. En el sur de Borgoña, el primer jueves de noviembre, se desata la fiesta, cuando anuncian que “le Beaujolais nouveau est arrivé”. Estos vinos, elaborados a partir de la cepa Gamay, se han convertido en los niños-símbolo de la maceración carbónica, ensamblando factores enológicos y de marketing.

En Chile, especialmente en las zonas de secano, también se acostumbra a realizar una suerte de maceración carbónica con uvas tradicionales como la País. Las fermentaciones con racimos enteros posibilitan el fenómeno de respiración celular, pero al zarandear la fruta o producto de los golpes del destino, las pieles se rompen y crean las condiciones para el inicio de una fermentación alcohólica espontánea.

Hoy son muchos los enólogos que incorporan la maceración carbónica para la producción de sus Pinot Noir o de algunas cepas rústicas. En términos generales, obtienen vinos con niveles más bajos de densidad, extracto seco y acidez, pues se produce una degradación del ácido málico. Pero la mayor incidencia ocurre a nivel de aromas primarios. A veces son tan intensos que recuerdan a chicle de frutilla o bombón inglés. Estos aromas derivan de los ácidos fumárico, siquímico y aspártico, así como también de la presencia de algunos compuestos fenólicos volátiles.

Sin embargo, esta técnica ya tiene no pocos detractores. La principal crítica es que tiende a uniformar el espectro aromático. Los vinos con maceración carbónica generan aromas comunes, quizás difíciles de definir, pero muy identificables para las narices más prevenidas o entrenadas. Para algunos, se produce una pérdida de identidad. Para otros, es una opción válida si se utiliza en su justa medida.

POR QUÉ NO

Claudio Barría ha sido un férreo defensor de la cultura de secano y de sus vinos. Fue el primer enólogo en embotellar un País orgánico cuando lideraba el equipo enológico de la Cooperativa Lomas de Cauquenes en la década del 90. Luego se enfocó en lo que él llama el Itata Profundo, en desarrollar proyectos, en rescatar y promover las centenarias cepas de Moscatel y Cinsault.

Hoy, de vuelta en la cooperativa, continúa profundizando su relación con los vinos de rulo, tal vez con el alma dividida, pero con las ideas súper claras: “El País orgánico lo hago con una fermentación tradicional. Con levaduras nativas y sin nutrición. Lo importante es obtener una buena madurez de la fruta y realizar un buen trabajo de vinificación. Mi principal objetivo es dejar que se exprese el verdadero terroir. La maceración carbónica uniforma los aromas. Produce aromas cetónicos de alta intensidad. Tiende a ocultar el terroir”, sostiene.

Está de acuerdo en sólo un aspecto: si no hay un maltrato de la uva, y se realiza correctamente el proceso de maceración carbónica, los vinos pueden resultar más suaves al paladar. De hecho, como enólogo de La Fortuna, vinificó un Pinot Noir con alrededor de un 15% de carbónica, pero con una justificación: paliar la falta de terroir para esa cepa.

Barría no está de acuerdo con esta técnica por un tema de principios y jamás la aplicaría para sus vinos de Cauquenes e Itata. Recuerda un viaje a Borgoña, donde pudo constatar que sus principales referentes no hacen maceración carbónica. “La hacen en el sur, en Beaujolais, para realzar su poca fruta y consistencia. Son todos vinos de consumo rápido. Los grandes, en cambio, no hacen, porque caerían en la ordinariez. Le pregunté a uno de los gurúes de la Côte de Nuis si hacía carbónica y me miró como si lo estuviera insultando”, se ríe.

POR QUE SÍ

Uno de los vinos más interesantes que he probado últimamente es Creole, perteneciente a esta loca familia llamada House Casa del Vino. Ricardo Baettig, el responsable de este tinto, tuvo la más absoluta libertad para parir su creatura: eligió el origen, la composición, el nombre y diseño de su etiqueta, y por supuesto, la técnica de vinificación: maceración carbónica.

Para el enólogo, los vinos con maceración carbónica tienen un aroma muy claro, bien frutal y un poco terroso. “¡A mí me encanta!”, exclama. Sin embargo, eso no quiere decir que vaya a utilizar esta técnica para todos sus vinos. El objetivo es resaltar los aromas de Creole –esa poderosa fusión de guindas ácidas y flores silvestres-, pero por sobre todo aplacar los rústicos taninos del País.

Si bien cumplió con su objetivo de evitar las sobreextracciones, sostiene que los taninos no resultan tan dóciles como expresa la teoría de la maceración carbónica. “Son un poco secantes, pero no duros. Tienen un perfil distinto, que tiende a suavizarse con el tiempo. Después de 10 meses de guarda los taninos se polimerizan y se sienten distintos. Cuando haces fermentaciones tradicionales los taninos verdes quedan verdes para siempre. Los puedes microoxigenar todo lo que quieras, pero seguirán siendo duros”, explica.

Baettig también ha utilizado esta técnica para la producción de Pinot Noir de la línea Reserva de Morandé, pero en forma muy acotada. El enólogo sentía que a los vinos les faltaba un poco de fruta y partir del año pasado comenzó a realizar maceraciones carbónicas con el 15 a 20% de su fruta. El resultado ha sido positivo: los vinos han ganado en intensidad, pero sin traicionar sus aromas varietales.

“La maceración carbónica se nota en los vinos y los cambia completamente. En una degustación de Vigno con James Suckling fue un tema de discusión. Los Carignan que tenían algún porcentaje de maceración carbónica se salen un poco del marco. Tienen otro perfil aromático. Y esos vinos no fueron precisamente los que más le gustaron al crítico norteamericano”, relata.

De acuerdo al enólogo, el caso del Pinot Noir es distinto, pues la cepa y los aromas que se desarrollan con la carbónica son más afines, más comunes, como esa nota terrosa. Por lo tanto, al aplicar esta técnica, el vino no se aleja tanto de los aromas primarios de su fruta.

“Como todas las cosas en la vida, nada es 100% efectivo. Todo tiene que usarse en su justa medida. Como no se trata de botar todas las barricas y comenzar a vinificar en fudres –las barricas también tienen su lógica-, la maceración carbónica es una herramienta útil para cumplir ciertos fines específicos”, explica.

martes, 14 de abril de 2015

La encrucijada curicana

Aunque es el corazón de la vitivinicultura chilena, la imagen del Valle de Curicó se ha ido diluyendo con el paso del tiempo, empujado por su alta vocación productiva. Sin embargo, hay un grupo de viñas dispuestas a dar la pelea y reverdecer sus viejos laureles.


Sin duda. El Valle de Curicó vivió momentos de gloria. Los vinos más prestigiosos de Chile provenían de sus tierras. Todas las bodegas querían estar ahí, en esa posición estratégica, en el corazón del mapa vitivinícola nacional.

“La zona central-sur, o sea las provincias de Curicó y Talca, producen los mejores vinos blancos del país. En el Departamento de Lontué, por circunstancias de clima, suelo, variedad y técnica, se ha conseguido una fiel reproducción del más célebre de los vinos franceses: el Sauternes. Siguiendo la tradición francesa, se obtiene en forma exclusiva en este Departamento que con toda legitimidad merece este apelativo, sinónimo de la obra cumbre de la viticultura francesa. Ha llamado poderosamente la atención en los mercados en el exterior, donde se aprecia en forma creciente”, escribe Armando Dussaillant en 1947, en la publicación “Uvas y vinos de Chile”.

Precisamente en Lontué estaba emplazada la mítica Viña Casa Blanca. Fundada por Alejandro Dussaillant, poseía 500 hectáreas de variedades nobles, una capacidad para moler 500 mil kilos de uvas al día y una bodega con reservas de 12 millones de litros. Pero no sólo eso. La viña contaba con sus propios aserradero y tonelería, una fuente de energía hidroeléctrica y una planta de 50 empleados y 800 operarios. Además de elaborar vinos blancos y tintos, champagne, espumante (graciosa y necesaria distinción), vinos generosos, vinos de misa y mistelas, mantenía una colección de 200 variedades y una vocación por la investigación que hoy querrían muchas grandes compañías.

Así se autopublicitaba esta viña emblemática, en tercera persona, como un viejo crack: “En su afán de constante mejoramiento y progreso, la investigación es parte fundamental de sus actividades: está atenta a cuanta novedad se produce en el arte de hacer buen vino, y bien puede decirse que no hay problema vitivinícola que ignore, o que no haya estudiado y resuelto con sus propios elementos. Desde comienzos de este siglo (XX), ha mantenido siempre a su servicio distinguidos profesionales franceses, lo que unido a su permanente contacto con enólogos de renombre mundial, como Pacottet, Ribereau, Gazou, Mathieu, Jacquemin, Grand Champs, Marrias, etc, y al espíritu progresista de sus propietarios, explica el perfeccionamiento que alcanza con sus diversas cepas”.

La fama de Curicó estaba sustentada principalmente en sus vinos blancos, tipo Barsac y Sauternes, Rhin (con cepas importadas directamente de Alemania) y, por supuesto, Pommard. La influencia europea, pero sobre todo francesa, era más que patente y guiaba los estilos de la denominación. Pero, como dijimos, los blancos ocupaban un rol destacado y quién más que Armando Dussaillant para describirlos tan vívidamente: “El vino blanco es el que más nos recuerda la naturaleza, es cristalino como la savia de las parras, su amarillo dorado o pálido da el reflejo de las hojas, es perfumado, sabroso y fresco como las uvas. Se identifica con la juventud y la alegría, pues no requiere de los años para modelarse, agradar y rebosar en calidad. Es de gran clase aquel que no pierde su lozanía, se conserva inmutable a través del tiempo, y es exquisito desde sus primeros días”.

La gran aptitud agrícola de sus suelos y climas, no sólo fue la base de su prestigio, sino también se tradujo en el comienzo de su progresivo declive frente a otros valles chilenos. “La muy importante región de Molina y Lontué, con sus extensos viñedos de rendimiento particularmente elevado y sus excelentes instalaciones vinícolas, ofrecen vinos muy agradables, bien constituidos y muy buscados por el comercio al por mayor y de exportación”, escribe hace ya más de medio siglo el enólogo Gastón Canu, quien estuvo a cargo de la Estación Enológica de la Quinta Normal de Agricultura.

“La región del Lontué es una de las más ricas. Acá todo el viñedo es a la usanza francesa y de los más productivos del país. En esta región tiene Chile las grandes viñas y las mayores bodegas productoras y elaboradoras. Sus vinos son armoniosos, de buen contenido alcohólico, 12 o más grados, de ‘cuerpo’, y es fama que su maduración se hace más pronto que la de vinos próximos del norte. Los vinos blancos son de calidad excepcional”, agrega en la misma época el enólogo y académico Gabriel Infante Rengifo, remarcando una identidad que con el paso de los años terminaría diluyéndose por su incansable vocación productiva.

UNA IMAGEN DILUIDA

Uno de los hitos más importantes de la historia reciente del Valle de Curicó es la llegada de Miguel Torres, cuando en 1978 adquiere las 90 hectáreas de su fundo Santa Digna, próximo a Casa Blanca, donde precisamente estaba emplazada la mítica viña curicana. A partir de entonces se produce una revolución tecnológica que se propagó a todo el sector vitivinícola, cambiando para siempre la fisonomía de los vinos chilenos. Sin embargo, su imagen de región productiva ya había echado fuertes raíces, perdiendo gran parte de su carácter e identidad.

“El problema es que hay mucha viña productiva. Los agricultores están acostumbrados a producir fruta. Es decir, kilos. Pero, como en todas partes, tienes un sinfín de realidades en cuanto a suelos y climas. Puedes escoger lugares para producir vinos de excelente calidad. Lamentablemente es un porcentaje minoritario. Pero, ojo, ésta no es sólo la realidad de Curicó, sino de todo Chile”, explica Fernando Almeda, enólogo jefe de Miguel Torres.

Brett Jackson, enólogo jefe de Valdivieso, afirma que hay demasiado concentración de productos, empresas de enorme tamaño y un enfoque hacia los altos rendimientos. Por ejemplo, Concha y Toro, Santa Carolina, San Pedro, Patagon y R & R, sólo por nombrar algunas, cuentan con grandes centros de acopio y bodegas. “Aproximadamente el 40% de la uva en Chile se procesa aquí. En un par de kilómetros cuadrados, se muelen más de 300 millones de kilos. Es realmente impresionante”, explica.

Para Jon Usabiaga, enólogo jefe de Aresti, la explicación es muy simple: a nadie le importa mucho que Curicó levante cabeza porque hay muchos intereses comprometidos. Como es una de las principales abastecedoras de uvas y vinos en Chile, a los grandes compradores les conviene mantener los precios bajos para hacer más rentable sus negocios. “El Valle de Curicó es inmenso y los esfuerzos están tan disgregados que cuesta focalizarse y afianzar una identidad definida”, explica el enólogo.

Aún más crítico es Juan Alejandro Jofré, quien se ha concentrado en su Curicó natal para desarrollar su proyecto J. A. Jofré y sus elogiados Tintos Fríos del Año: “Curicó está en una etapa complicada. Hoy es el valle más menospreciado y denostado de la vitivinicultura chilena. ¿Por qué? Porque están todos los grandes, porque hay mucho parrón, porque se privilegian los altos rendimientos. Su imagen ha sido muy mal manejada. Curicó no tiene nada que envidiarle a otros valles. Tiene lugares muy interesantes de cordillera a mar. Su potencial es enorme para desarrollar esa personalidad que se ha ido perdiendo con el tiempo”, sostiene.

Roberto Echeverría, presidente de Viña Echeverría, explica que las viñas curicanas no son muy activas en la promoción de sus vinos en el mercado interno, pero sí hay mucha actividad soterrada, principalmente porque su foco está puesto en el exterior. “El problema es que si no corres muy rápido te vas quedando atrás, y hoy todos están corriendo muy rápido. Eso significa que tenemos que aplicarnos más. Colchagua, por ejemplo, no es sólo un valle productor de vinos, sino un gran proyecto turístico. Casablanca, por otro lado, está en una posición estratégica, entre Santiago y Valparaíso, por lo tanto recibe un tremendo flujo de visitantes. Nosotros, en cambio, producimos vino y lo exportamos. Lo único que podemos decir es que la vitivinicultura chilena nació en la VII Región. En Santiago se envasaban nuestros vinos”, explica.

UN NUEVO AMANECER

Fernando Almeda, como buen español, prefiere ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Sostiene que en el Valle de Curicó hay muchos rincones que ofrecen un gran potencial cualitativo. Existen suelos aluviales, como en el Valle del Maipo, con cantos rodados y muy buen drenaje. Hacia la costa, existen viñas en lomajes y sobre suelos graníticos. El gran problema, como en todo el secano interior y costero, es la falta de agua para desarrollar los proyectos. Pero es cosa de buscar. Sólo hay que saber seleccionar los lugares adecuados para producir vinos con personalidad.

Es el caso de La Ronciere. Esta viña de la familia Orueta buscaba un campo donde desarrollar un proyecto que le permitiera no sólo producir vinos con un mayor valor agregado, sino además diferenciarse de la gran masa de vinos chilenos que pueblan las estanterías del mundo. El lugar escogido fue Idahue, una localidad ubicada entre Hualañé y Licantén, a una veintena de kilómetros en línea recta del mar. Sin embargo, a diferencia de otros proyectos costeros, la totalidad de sus 120 hectáreas plantadas corresponden a cepajes tintos, entre ellos Cabernet Sauvignon, Carmenère y Syrah.

Según su enólogo Juan Aurelio Muñoz, quien encabezó este innovador proyecto cuya inversión asciende a cerca de US$ 6 millones, podían haber comprado cualquier campo, en cualquier valle de Chile, pero prefirieron apostar por las condiciones de Idahue. Estos suaves lomajes que se levantan sobre el río Mataquito, representan un verdadero crisol de suelos, compuesto de rocas metamórficas de distintas texturas y colores, desde suelos franco-arcillosos hasta formaciones de licorella y lutita que tiñen la superficie de llamativos tonos anaranjados y blanquecinos. “Partimos de cero. Elegimos el campo, seleccionamos los cepajes y clones, plantamos en altas densidades y en diferentes exposiciones… Realmente fue el sueño del pibe”, afirma el enólogo.

La apuesta es arriesgada, pero Muñoz confía plenamente en su baraja. El objetivo es elaborar tintos frescos, que vayan en sintonía con los gustos de los nuevos consumidores. Probamos juntos los granos de Carmenère y esta emblemática cepa, acostumbrada a los rigores de los valles más cálidos, se siente muy especiada y profundamente fresca, pero al mismo tiempo con unos taninos sabrosos y crujientes. “Muchos me preguntan qué blancos plantamos. Cuando les digo que sólo tintos piensan que estoy loco. Pero para lograr grandes vinos, tienes que tomar riesgos. Trabajando bien, tenemos que sacar de aquí un súper Carmenère", sostiene.

Algunos kilómetros hacia el interior, en la zona de Palquibudi, se encuentra uno de los viñedos más hermosos de Chile. El proyecto de Viñedos Puertas, que ensambla cuarteles de diferentes cepajes, senderos ecológicos, caballos de rodeo, animales exóticos y un monumental pero elegante centro de visitas, ya es toda una realidad. En este lugar llamado Chile Chico, por su fisonomía estilizada y gran diversidad de suelos y microclimas, nacen algunos de los vinos más interesantes de Curicó y sin duda abre nuevos caminos para un valle que necesita crecer no sólo en tamaño, sino además en la calidad de su oferta vinícola.

De acuerdo a su propietario José Puertas, su pasión y compromiso por Curicó lo heredó de su padre, un inmigrante español que llegó para enamorarse de estas tierras. Hoy Viñedos Puertas tiene presencia en nueve subzonas curicanas con nada menos que 14 campos. En total suma 830 hectáreas, pero el objetivo es llegar en el mediano plazo al millar. El gran sueño de Puertas es reflejar con sus vinos las distintas personalidades del valle y demostrar, como bien decía su padre, que Curicó representa la Capilla Sixtina del vino chileno.

Otra empresa familiar que vive un verdadero proceso revolucionario, por lo menos de profundas transformaciones, incluida una estratégica vuelta a sus orígenes, es Viña Aresti. De acuerdo con su enólogo Jon Usabiaga, en Curicó hay muchísimas oportunidades, pero lamentablemente casi nadie ha sabido explotarlas. Después de salir a comprar fruta a otros valles, como Leyda y Colchagua, la viña vuelve a revalorizar lo que tenía más cerca y hoy puede dar un verdadero golpe a la cátedra.

Su emblemático Family Collection deja de ser un vino multivalle y regresa al terruño que lo vio nacer; el Merlot, tan maltratado en otros valles, podría resurgir en estas tierras como el ave Fénix, con un carácter más fresco y vibrante; y un top de línea o ícono, proveniente de los viñedos más antiguos de sus campos de Micaela y Bellavista, muy pronto podría ver la luz de los mercados.

La apuesta de Aresti por repotenciar el Valle de Curicó va en serio. “Como enólogo, he pasado como dos o tres épocas distintas en Aresti, donde hacer historia no era hacer historia en Curicó. Ahora hay una intención de ser protagonistas, de salir a buscar cosas nuevas, de ir un poco contra la corriente, si se quiere, y demostrar que no sólo somos capaces de hacer buenos vinos, sino además con una personalidad que nos distinga”, afirma el enólogo.

En la misma senda transita Juan Alejandro Jofré. Junto con consolidar sus dos Tintos Fríos del Año (sus elegantes Rosé de Garnacha y mezcla tinta de Carignan, Tempranillo y Carmenère, ambos de la zona de Itahue), el enólogo lanzará muy pronto un ensamblaje con tres años de crianza de Sagrada Familia, una mezcla blanca que rescatará el clásico y subvalorado Sauvignonasse de Romeral y el siempre firme y sabroso Semillon, y un vino aguja tipo chacolí, muy bajo en alcohol, que promete refrescar nuestras tardes de verano.

“Hay que acabar de una vez por todas con los mitos y prejuicios que despierta Curicó. Hay que darle una oportunidad y yo confío en una estrategia de largo plazo”, asegura el enólogo. Tanto así que su gran objetivo es desarrollar un proyecto vitivinícola en un campo familiar ubicado en Lipimávida, muy cerca de Llico y del lago Vichuquén, a escasos kilómetros del mar, con el que seguramente profundizará en su vocación por los vinos frescos y vibrantes.

Según Roberto Echeverría, una de las ventajas diferenciadoras de Curicó es el carácter familiar de una viña como la suya, donde son ellos (y no otros) quienes se encargan desde la viticultura hasta la comercialización de los vinos. “En Curicó hay buenos viñedos y tenemos el arte y la tecnología para atraer a los consumidores avezados. Hay que saber leer sus gustos y satisfacerlos”, sostiene.

Brett Jackson, por su parte, afirma que hay que fijarse en las laderas precordilleranas, donde se pueden producir blancos con mucho carácter y estructura, además de lugares como Sagrada Familia hacia la costa, donde nacen tintos excepcionales de cepajes como Malbec y Cabernet Franc, provenientes de viñedos antiguos. Y Fernando Almeda, si bien reconoce que en los últimos tiempos la estrategia de Miguel Torres ha sido salir a buscar terruños interesantes por todo Chile, incluso invirtiendo en proyectos inéditos como en Empedrado e Itata, no hay que olvidar que tres de sus vinos más emblemáticos tienen un origen netamente curicano: Manso de Velasco, Conde Superunda y Nectaria.
Ésa y no otra es la gran encrucijada que enfrenta el valle curicano: continuar un camino solitario, intentando satisfacer a un consumidor de gustos siempre cambiantes, buscando y muchas veces pagando en oro uvas con mayor reputación, o bien, hacer los esfuerzos por remozar la imagen del valle, potenciando a Curicó como denominación de origen, invirtiendo en nuevas zonas, haciendo vinos cada vez más frescos y profundos, convenciendo a los compradores que su espíritu pionero se mantiene intacto, que ha despertado de una larga siesta para volver a cosechar, como bien diría Dussaillant, uvas colmadas de juventud y alegría.


martes, 31 de marzo de 2015

Los 33 que marcaron 2014

Vinos de distintos cepajes y valles, pero con algo en común: no pasaron inadvertidos y lograron la hazaña de sacudir nuestro paladar.


No fue mi intención mostrar nuevamente el famoso papelito de los mineros. Por lo demás es una exclusiva atribución presidencial. Tampoco quise aprovecharme del inminente estreno de la cinta “Los 33”. Fue sólo una graciosa jugarreta del destino. Al contar los vinos que marcaron (o me marcaron) durante 2014 esbocé una sonrisa nerviosa, intenté quitar uno, agregar otro, pero, a final de cuentas, decidí mantener este número con recuerdos de hazaña, drama y una pizca, más que una pizca, de reality show.

¿Por qué marcaron los vinos que marcaron? Parece una perogrullada, pero no lo es. En el rectangular universo futbolístico, la respuesta sería de manual: porque la esférica traspuso la línea de meta. Ahí se acaba la discusión. Sin embargo, en el ámbito vitivinícola, la pregunta (sobre todo la respuesta) es más difusa, inquietante y obedece a un sinnúmero de factores técnicos, pero también sicológicos y culturales.

Sin ánimo de explicar lo inexplicable, ni menos de explicarme, tenemos que decir que la confección de este listado ensambla criterios objetivos y subjetivos (vaya uno a saber los porcentajes). Es decir, es una mezcla muy humana. La elección de estos 33 héroes, como ya esbozamos, no obedece a un criterio único, incontrarrestable, sino los méritos de estos vinos (vinazos, en muchos casos) ocupan y atraviesan varias esferas de acción.

La primera de ellas es que los vinos elegidos cumplen con adecuados criterios técnicos. En otras palabras, son vinos bien hechos. Algunos de ellos son bastante funkies (cómo me gusta esa palabra), pero sin defectos que opaquen y desvirtúen su origen o concepto enológico. A quien le gusta los defectos, le recomendamos comprar un kit sensorial y no una botella de vino. Allí encontrará desde el fascinante acetato de tilo (olor a pegamento) hasta el muy pop sulfuro de dimetilo (verduras cocidas).

Otro criterio utilizado en esta selección tiene que ver con la innovación. Es saludable reconocer o premiar vinos que han ido un poco más allá, proponiendo nuevos cepajes o descubriendo prometedores e inexplotados terruños. Pero no se trata sólo de caprichos o aventuras con un alto componente marketero. En este caso estamos hablando de vinos que aportan, que abren insospechadas posibilidades, no sólo para la empresa en cuestión, sino para todo el sector vitivinícola.

Tampoco podemos olvidarnos de los clásicos o aquellos representantes de valles ya consolidados. A través de nuevas propuestas, up-grades de viejos conocidos o simplemente por el impacto enológico y comercial, algunos vinos seleccionados han descollado durante 2014. Un año extraño (del caballo, según el horóscopo chino), pero que supo mutar, quizás reencarnarse: de un cansado percherón, que tiraba a duras penas un carro demasiado pesado, hasta un potro salvaje, que parece galopar más libre, sin miedos ni prejuicios.

Por último, está el rescate de los vinos de aquellos valles fundacionales, que por décadas han sido menospreciados por un sector que ha mantenido (y mantiene) el precio de sus uvas a la altura del unto, profundizando una estrategia economicista y de corto plazo. Estos vinos, en base a cepas consideradas bastardas, como la País, Cinsault o Carignan, se han ganado un espacio por su enorme valor patrimonial, pero además han demostrado atributos cualitativos y diferenciadores. Ya sea de productores de la agricultura campesina o de viñas que han sabido reinterpretar la tradición del secano, estos vinos no huelen a pasado, sino marcan un nuevo camino.

Sin un orden lógico (el vino tiene razones que la razón no entiende), los invitamos emprender este recorrido por los valles chilenos a través de las 33 etiquetas que marcaron 2014. Sin juicios preconcebidos, puntajes ni recetas, pero sobre todo, sin papelitos.

Lomas de Cauquenes Terciopelo 2013

Es una leyenda. Y también una marca registrada. Creada por los enólogos del Centro Experimental de Cauquenes en la segunda mitad del siglo XX, esta mezcla de País y Malbec ensambla lo mejor de ambos mundos. Mientras el País aporta toda su fruta roja y estructura, el Malbec alegra, templa y lima las asperezas. El INIA cedió temporalmente la marca Terciopelo a la cooperativa para reactualizar el mito. Y el resultado es un vino floral y jugoso, con mucho carácter e historia.

De Martino Vigno Carignan 2012

Fue una sorpresa que este vino haya encabezado el ranking de The Wine Advocate durante 2014, pero la verdad… ¡Nunca tanto! Este reconocimiento es el broche de oro para una saga llamada Vigno – Vignadores de Carignan, esta agrupación de productores que nació para poner en valor la despreciada cepa Carignan y la cultura del secano maulino. Proveniente de Truquilemu, uno de los rincones más frescos de Sauzal, este vino es pura fuerza, intensidad y carácter.

Tabalí Roca Madre Malbec 2014

Cuando se habla del valle del Limarí, solemos referirnos a la camanchaca, a las terrazas con carbonato de calcio y a la elegancia de sus Chardonnay. Incluso muchos cometen la imprudencia de compararlo con Chablis. Sin embargo, poco y nada se sabía de su zona precordillerana. Proveniente de Río Hurtado, a 2 mil metros de altura, este floral y refrescante Malbec pone en el mapa una zona de enorme potencial para vinos tintos.

J. A. Jofré Vinos Fríos del Año Garnacha 2014

Después de su alejamiento de Viña Maquis, el enólogo Juan Alejandro Jofré no perdió tiempo. En un abrir y cerrar de ojos, creó un concepto enológico, lo envolvió con gusto y coherencia, y debutó con dos vinos del año, simples, jugosos y frescos, que hoy representan una creciente categoría. Proveniente con mucho orgullo de Curicó, como afirma el enólogo, este rosado conquista con sus tonos florales, cítricos e impresionante acidez. Es un rosado que se las trae.

Santa Rita Casa Real Reserva Especial 2011

Es un clásico. Una leyenda que cumplió 25 años. Un vino que desde su primera cosecha nace de las mismas viejas parras de Alto Jahuel. Que nunca ha dejado de ser Cabernet Sauvignon. Que desde su primera versión cuenta con la mano jovial y elegante de la enóloga Cecilia Torres. Esta versión no es sólo conmemorativa, sino es una de las más logradas. Hija de un año fresco como 2011, este ícono de Santa Rita muestra todo el sedoso poderío de su fruta roja, pero muy bien apoyada por una acidez que le permite perdurar por al menos otros 25 años.

Concha y Toro Terrunyo Lot 1 Carmenère 2013

A partir de esta cosecha, Terrunyo Carmenère experimenta un cambio de estilo y reduce a sólo seis meses su paso por barricas. Quizás para alejarse de su hermano mayor Carmín de Peumo. Tal vez para refrescar su fruta y profundizar en una personalidad más ligera y refrescante. Según su enólogo Ignacio Recabarren, el objetivo es atrapar la esencia del Carmenère, esa fruta roja y vibrante en estado puro y esencial. Y lo consigue con creces. Con suma elegancia y distinción.

Montes Outer Limits Old Roots Cinsault 2014

No es fácil tomar la decisión de jugar fuera de los límites. De abandonar esa zona de confort que ha cimentado el prestigio de Montes. Tampoco es fácil llegar a una zona de rulo como Itata, con siglos de historia, y atreverse a reinterpretar la fruta de sus añosas parras en cabeza. Pero este Cinsault, proveniente de los altos de Guariligüe, regala borbotones de guindas ácidas, frambuesas y flores. Es un vino jugoso y refrescante. Una versión que captura la esencia del Cinsault.

Lapostolle Collection Petit Verdot 2013

La enóloga Andrea León ha refrescado la oferta de la casa francesa con vinos que reflejan pasión y atrevimiento. Desde Elqui hasta Itata, ha salido a buscar uvas que tengan una personalidad distintiva, que vayan más allá de los límites del portafolio, que logren transmitir emociones. En este caso, con una cepa que en raras ocasiones se embotella por sí sola, pero que aquí logra no sólo firmeza, sino mucha vivacidad y elegancia. Es un Petit Verdot como pocos. Que habla con desgarradora franqueza.

Coteaux de Trumao Cruchon Pinot Noir 2013

Los primeros años era como un cuchillo que atravesaba el paladar. Su ligereza y alta acidez eran su sello distintivo. Pero la madurez de sus parras, plantadas en la orilla sur del río Bueno, han permitido que este Pinot Noir de los hermanos Porte eche cuerpo, pero sin perder su acostumbrada electricidad. A diferencia de los representantes costeros, este tinto osornino tiene otra acidez –más málica, menos tartárica-, una rica mineralidad, pero por sobre todo unos huesos cada día más firmes, que logran sostener su fruta roja con asombrosa naturalidad.

Cousiño Macul Antiguas Reservas Cabernet Sauvignon 1981

No se encuentra en el mercado, claro está, pero sí ocupa un lugar de privilegio en una de las bibliotecas más completas de la historia reciente de nuestra vitivinicultura y en especial del Maipo Alto. Este Cabernet Sauvignon, que cuenta con 25 años de guarda, aún se siente frutal y asombrosamente fresco. Es un ejemplo vivo de la cuestionada aptitud para envejecer de los vinos chilenos y el antepasado directo del exuberante ícono Lota, proveniente de esas añosas y sabias parras de Quebrada de Macul.

Laberinto Cenizas de Laberinto Sauvignon Blanc 2011

Este Sauvignon Blanc laberíntico y de altura, proveniente de los rincones menos expuestos del hermoso viñedo de laguna Colbún, impresiona por su elegancia, mineralidad y frescura. A diferencia de los costeros, sus aromas son más sutiles, más delicados, pero su potencia y verticalidad en boca es avasalladora. Es hijo de una de las cosechas más frescas que se recuerden. Y de un lugar que hay que tener muy en cuenta para sopesar el incalculable potencial de la cepa en la precordillera maulina.

Santa Carolina Luis Pereira Cabernet Sauvignon 2012

Este vino nace de un proyecto del equipo de investigación de Santa Carolina que se propuso rescatar los antiguos materiales genéticos del Cabernet Sauvignon chileno, aquellas primeras cepas que desembarcaron en la segunda mitad del siglo XIX, y reactualizar algunos valiosos métodos de producción olvidados por la vitivinicultura moderna. El resultado: un Cabernet fresco y sedoso, marcado por sus acentos florales y de hierbas, y un cuerpo delicado y sinuoso, que conquista al primer sorbo.

Maquis Franco Cabernet Franc 2011

Es una cepa aún poco difundida en Chile, utilizada como un componente de la mezcla bordelesa, pero Maquis se propuso colocarla en un lugar inusual, protagónico, en lo más alto. Proveniente de un viñedo ubicado en el vértice del río Tinguiririca y el estero Chimbarongo, Franco es un vino especiado y fresco, seco y sabroso, que armoniza maravillosamente bien poderío y elegancia.

Aquitania Sol de Sol Sauvignon Blanc 2014

Costó un mundo establecer las plantas. El fuerte viento sur que sopla en Traiguén complicaba las cosas. Pero este despeinado Sauvignon Blanc sureño, que ahora acompaña a Sol de Sol Chardonnay y Pinot Noir, logró imponerse para proyectar un vino que huele a frutos cítricos, hierbas silvestres y lluvias de invierno. Es un vino con mucha estructura, pero con una personalidad fresca, chispeante y profunda.

Aresti Family Collection Cabernet Sauvignon 2001

No suele relanzarse un vino, pero cuando el equipo enológico descubrió estas 300 cajas que había reservado Vicente Aresti, el fundador de la viña curicana, no pudo aguantar la tentación. Este Cabernet Sauvignon impresiona por la juventud y profundidad de su color, por sus notas de frutos negros, flores y toques gourmand, por su gran estatura y alegre personalidad. Los años le hicieron bien. Y Aresti hizo más que bien en compartir nuevamente esta cosecha. Enhorabuena. En su mejor momento.

Bodegas RE Renoir Nature

Hoy vivimos una fiesta de las burbujas y nadie quiere quedar afuera. Irrumpe un contingente de espumantes elaborados bajo el método tradicional, pero son pocos los que tiene la capacidad para competir con los Champagne, Cava y espumantes del Nuevo Mundo con armas propias y diferenciadoras. Este Renoir no es un plagio. Es un cuadro original, colmado de frutos rojos y notas tostadas, pero con una boca inquietantemente seca, que perdura más allá de la categoría.

Caliterra Dstnto 2014

No es fácil para una bodega reencontrarse consigo misma. Después del fallido joint venture entre Errázuriz y Mondavi, Caliterra pareció haber quedado un poco a la deriva, sufriendo el síndrome del hijo de padres divorciados. Pero con un acucioso trabajo en el viñedo, y sin querer doblarle la mano al cálido terruño colchagüino, su equipo enológico ha sabido refrescar su portafolio con propuestas atractivas y honestas. En este caso, con un chascón y ligero ensamblaje de Malbec, Carignan, Petit Verdot y Carmenère.

Carmen 4 Lustros Carmenère 2012

Precisamente cuando se cumplen dos décadas del redescubrimiento del Carmenère en Chile, en aquel ya mítico cuartel de Alto Jahuel, Viña Carmen decide homenajear esta cepa con un vino de aniversario, maduro, voluptuoso, pero con la acidez justa para enaltecer un gran canastillo de fruta roja y especias dulces. Un Carmenère de una cosecha cálida. De libro. Para celebrar en grande.

Casa Silva Lago Ranco Sauvignon Blanc 2013

Es uno de los viñedos más hermosos y australes del mundo. Estas parras de Sauvignon Blanc, que caen mansamente sobre la orilla del lago Ranco, sorprendió a todos con un perfil aromático muy distintivo. “Huele a bosque nativo”, decían algunos. Un año después de su lanzamiento, ese ímpetu, esa juventud, esa ansiedad, se transformó en elegancia y profundidad de sabores. En un Sauvignon Blanc que nos transporta con sus aromas a la llamada Patagonia chilena. Un vino que invita viajar con los sentidos.

El Viejo Almacén de Sauzal Huaso de Sauzal País 2013

Acorralada, menospreciada, dejada a su suerte, para llenar garrafas y vender volumen, hoy la País recobra su orgullo gracias a productores como Renán Cancino. Oriundo de Sauzal, un pintoresco pueblo ubicado en el epicentro del secano maulino, el viticultor trabaja estas uvas fundacionales, a la antigua, a pura zaranda, sin más armas que la tradición y una vinificación limpia, sin los vicios del pasado, demostrando, sin equívocos, que esta cepa puede regalar vinos frutosos y vibrantes.

Errázuriz The Red Blend 2012

Hipnotizados por las llamadas cepas nobles, presos de nuestros locos afanes, no fuimos capaces de ver antes. De intuir el tremendo potencial de las cepas mediterráneas en nuestros terruños. Pero algunos productores ya comienzan a pagar la deuda ¡y con creces! Desde Aconcagua, nos llega esta mezcla de Grenache, Mourvèdre, Syrah y Carignan. Un vino frutal, voluptuoso, pero lleno de capas y matices. Frutos rojos a raudales y flores silvestres, abrazados por una exquisita y chispeante acidez.

Estampa Del Viento Sauvignon Blanc 2014

Visitamos el campo cuando no habían parras, cuando sólo era un proyecto, un sueño de granito y viento, pero hoy este Sauvignon Blanc de Paredones ya es toda una realidad. Un vino que estira los límites del valle colchagüino. Con una nariz herbal, colmada de frutos cítricos y ciertos tonos tropicales, y una boca firme y sabrosa, demuestra el potencial de una costa subexplotada, pero que poco a poco comienza a mostrar sus mejores frutos.

Valdivieso Single Vineyard Pinot Noir 2012

No aparece a la cabeza de los grandes puntajes nacionales, pero me conquistó desde su primera cosecha. Proveniente del lado más fresco de Cauquenes, es un vino que obsequia mucha fruta roja, como frutillas y frambuesas, pero con una estructura firme y sedosa que nos habla de una gran versatilidad gastronómica. Es un Pinot Noir de origen humilde, pero con una personalidad como pocos. Plantado en el secano interior, lejos de las olas y la farándula, puede y se codea con los grandes.

Garage Wine Co. Lot 37 Cabernet Sauvignon 2011

No sabemos a ciencia cierta qué significa Lot 37, pero sí que proviene de las terrazas más altas de Pirque. Es un vino que no pretende competir con los grandes íconos de Maipo Alto y de ahí su gran valor intrínseco. Fresco, sabroso y profundamente equilibrado. Es un Cabernet Sauvignon distinto, que se deja tomar con tranquilidad y alegría, sin grandes ceremonias, haciéndonos disfrutar hasta la última gota.

García y Schwaderer Marina Barrel Fermented Sauvignon Blanc 2014

Representa la nueva generación de Sauvignon Blanc chilenos, más ambiciosos, más atrevidos y completos. Ya no basta con impresionar en nariz, sino que ofrecer un vino estructurado, firme y sabroso. Este Sauvignon Blanc casablanquino transmite notas de lima y maracuyá, coquetea con la madurez, pero también tiene su lado herbal y una acidez que levanta sus múltiples capas gustativas. Es un vino de mantel largo.

House Casa del Vino Malmau Malbec 2013

Un huevo de cemento y toda la libertad del mundo. House Casa del Vino, este innovador proyecto del Grupo Belén, ya nos ha regalado vinos tremendamente interesantes y que sin duda chasconean y refrescan su portafolio. En este caso, un vino elaborado por Matías Michelini, el enólogo argentino de su filial mendocina Zorzal. Un Malbec de Pencahue, maduro y jugoso, que se aleja de sus pares de las alturas mendocinas, para entregar un vino de una carácter voluptuoso, tan campechano como único.

Leyda Lot 4 Sauvignon Blanc 2014

Este vino representa la consolidación del romance de Leyda con el Sauvignon Blanc. Un amor a primera vista. Una relación profunda que ha parido algunos de los mejores representantes chilenos de la cepa. En este caso, un vino que huele a viento y sal, perfumado con notas herbales, cítricas y especias dulces. Un Sauvignon Blanc de manual. Poderoso y delicado a la vez. Estilizado y profundo.

Los Vascos Grand Reserve Carmenère 2012

Los franceses no querían nada con el Carmenère. Por algo no volvieron a plantar la cepa en Burdeos después del desastre de la filoxera. Es demasiado caprichosa, mañosa, si se quiere, pero tan encantadora que terminó doblándoles la mano. Este primer Carmenère de la filial chilena de Barons de Rothschild (Lafite) no pudo ser más auspicioso. Es un vino locuaz, voluptuoso y aterciopelado, que regala frutos rojos a raudales, salpimentados con una precisión poética.

Miguel Torres Cordillera Sauvignon Blanc 2014

Miguel Torres hace rato que tomó la decisión de salir a buscar nuevos terruños. Y con muchísimo éxito. Su remozada línea Cordillera exuda carácter y consistencia. Y este Sauvignon Blanc, proveniente de la franja más costera del Elqui, representa en gloria y majestad estos nuevos aires. Es un vino con una gran expresión frutal, muy bien complementada con notas de ají verde y hierbas aromáticas. Un vino que agrega valor y emoción al tradicional portafolio de la viña.

MontGras Antu Limited Syrah 2012

No era una viña que se caracterizaba por asumir grandes riesgos, privilegiando en su portafolio la consistencia de sus Cabernet Sauvignon, Carmenère y Sauvignon Blanc. Pero los nuevos tiempos terminaron por refrescar la estrategia y Antu se convirtió en una línea más chascona, osada y experimental. Proveniente de sus campos en San Antonio, este Syrah es una sinfonía de frutos negros, especias dulces, tonos herbales.

Mirador del Valle Moscatel de Alejandría 2013

Es un vino que nace en el Itata Profundo, en la cima de cerro Verde, el sector más alto del valle, ubicado a casi 600 metros de altura, en plena cordillera de la Costa. Allí se desparraman estas antiguas cabezas de Moscatel de Alejandría, que la señorita Lucía Torres vinifica en su pequeña bodega de adobe. Un vino floral y sabroso, seco y valioso, que refleja todo el cariño y la sabiduría de la agricultura familiar campesina.

Odjfell Orzada Tres Esquinas Collection Mouvedre 2013

Fue una de las primeras bodegas en invertir en el secano maulino. En incorporar el el Carignan en sus líneas superiores. En profundizar en una viticultura biodinámica que resalta el potencial de sus campos. Este Mourvèdre de Tres Esquinas es parte de una nueva colección, de una decisión de ir siempre por más, de volver sobre los pasos para proyectar un vino sabroso, floral y con una tremenda personalidad.

Clos de Fous Dulcinea Chardonnay 2013

Clos de Fous no se detiene. Explora nuevos valles y cepas, muchas veces anteponiendo la enología a los números. Una locura, ¿verdad? Quizás de ahí provenga su nombre. Pero esa misma naturalidad, esa misma pasión, ese mismo respeto por el vino, han convertido el proyecto en una fiesta para los sentidos. Así lo demuestra Dulcinea, un vino de una profunda personalidad y fineza. Un Chardonnay libresco. De alabanzas y ensoñaciones.