jueves, 2 de junio de 2016

Valle de San Antonio: Los costos de la fama

El valle costero alcanzó un punto de quiebre. La escasez de agua, el aumento de los costos productivos y la caída del precio de sus uvas, obliga a sus viñas a redoblar sus esfuerzos para seguir manteniéndose en la cresta de la ola.


Después de un crecimiento explosivo en las últimas décadas, el valle de San Antonio ha llegado a un punto de inflexión. La insuficiencia de fuentes hídricas, una de las grandes barreras de entrada del secano costero, sumado a una caída en el precio de sus uvas, han obligado a sus actores a repensar su futuro para contraatacar con nuevas fuerzas en los mercados.

Según el último Catastro Vitícola del SAG, el valle de San Antonio cuenta con una superficie plantada de más de 2.400 hectáreas, de las cuales 1.730 corresponden a cepajes blancos. “Si bien a fines de la década pasada hubo un crecimiento importante, hoy no hay nuevas plantaciones de vitis vinífera significativas. Incluso hay campos que se han ido reconvirtiendo a otro tipo de frutales”, explica Ignacio Casali, viticultor de Viña Garcés Silva, que suma 178 hectáreas en la zona de Leyda.

De acuerdo con el profesional, el agua en este valle siempre ha sido escasa. Hubo que hacer una gran inversión de ingeniería para poder transportar agua desde el río Maipo. “Afortunadamente el río viene con un caudal significativo, proveniente de los deshielos de la cordillera de los Andes, que nos ha permitido regar sin problemas durante la historia de Leyda. Esto no quiere decir que reguemos sin ser eficientes. Para nosotros es primordial la sustentabilidad en el uso de agua”, explica.

Eduardo Alemparte, gerente de Vitivinicultura de Viña Santa Rita, que hoy cuenta con 90 hectáreas de Pinot Noir en Leyda, opina que la superficie plantada está cercana al equilibrio. “Además de la disponibilidad de agua, el costo de transportarla es muy alto. Esto, sumado a los rendimientos medios a bajos y la poca disponibilidad de mano de obra, hacen que Leyda sea una zona que sólo es sustentable para la producción de vinos de alto valor. La superficie plantada no está dada sólo por la disponibilidad de agua, sino que también por cuánto vino de alto valor seamos capaces de vender como país”, sostiene.

Para Rafael Urrejola, enólogo jefe de Viña Undurraga, que cuenta con 170 hectáreas propias en Leyda, el bajo precio de la uva en los últimos años ha sido fundamental para desincentivar las nuevas plantaciones. Incluso la familia Fernández, pionera en el valle, arrancó una gran porción de sus viñedos para reemplazarlos por otras unidades productivas como nogales y perales. Una vez más la palabra clave es ren-ta-bi-li-dad. Así. ¡Con todas sus sílabas!

Por casi una década sus uvas no se transaban por menos de US$ 1,5 el kilo, convirtiéndose en la vedette de los campos chilenos. Pero esa realidad ha ido cambiando. Esta temporada se ha pagado incluso US$ 0,5 por el kilo de Sauvignon Blanc. “Finalmente se ha llegado a un punto de equilibrio entre la oferta y la demanda. Si a eso le sumas los bajos rendimientos naturales, y los costos de producción más altos, hoy no está tan fácil la cosa”, explica Urrejola.

LEYDA / CASABLANCA

El prestigio de los vinos de San Antonio está sustentado en sus únicas y extremas condiciones climáticas. A diferencia de Casablanca, que cuenta con un clima más continental, este valle es netamente marítimo. Es por eso que sus vinos denotan ese carácter vibrante, salino y profundo, pero también esta característica hace que sus rendimientos por hectárea sean más acotados y, en consecuencia, sus costos de producción más altos que su vecino de la región de Valparaíso.

Para Gerardo Leal, gerente de Vinicultura de Santa Rita, su terroir está definido por su clima frío, muy similar al de Marlborough en Nueva Zelanda, con una baja oscilación térmica entre la mínima y máxima. En Leyda, la mínima promedio en octubre es de 6,9° C y la mínima promedio del mes más cálido es de 11,6° C. En tanto, la máxima promedio va de 18,5° C en octubre hasta los 23,8° C en febrero, según datos históricos de los últimos seis años. Enero es el mes más cálido, pero generalmente es un mes muy nuboso, de mañanas con mucha neblina y tardes más despejadas, por lo tanto la luminosidad es menor a Casablanca, donde las máximas promedio alcanzan 27,2° C en el mes más cálido (enero).

“Los días-grados acumulados en Leyda en la temporada octubre-abril suman 1.100 (1.280 días-grados en Casablanca). Leyda, en general, tiene menos riesgo de heladas. En ambos valles las lluvias se concentran de mayo a septiembre. La evaporación de bandeja promedio es mayor en Casablanca, siendo de 6,5 mm en el mes más cálido (enero). En cambio, en Leyda es de 4,8 mm en enero y febrero”, sostiene el enólogo.

“Además de la baja temperatura, tenemos un suelo con un elevado contenido de arcilla, haciendo más difícil completar la madurez. Por lo tanto, se requieren manejos de control de vigor para lograr una óptima madurez. Casablanca, además de ser más cálido, tiene suelos con mayor contenido de arena, lo que muchas veces ayuda a acelerar la madurez. Definitivamente Leyda es una zona más extrema”, complementa Alemparte.

CRISOL DE TERRUÑOS

Pero también es importante hacer distinciones. En San Antonio existen zonas con características disímiles, que no sólo marcan la personalidad de sus vinos, sino también sus puntos de equilibrio en términos de rentabilidad. Viña Matetic, por ejemplo, cuenta con 160 hectáreas plantadas en San Antonio y Casablanca. Pero es en San Antonio, específicamente en su fundo El Rosario, donde se ha dado a conocer como bodega, vinificando el primer Syrah chileno de clima frío. Es un fundo de nada menos que 16 mil hectáreas, pero más protegido de la influencia del mar por los lomajes de la cordillera de la Costa.

Para su enólogo Julio Bastías, esta distinción entre San Antonio y Leyda puede ser un tanto confusa para los consumidores y quizás innecesaria, pues ambas comparten la cercanía con el mar, la exposición sur poniente a los vientos y la matriz de suelo es bastante homogénea, con la complejidad local en cada uno de los viñedos. “Creo que El Rosario esta posicionado en un perfecto balance entre influencia costera intensa y lo mediterráneo de una cordillera de la Costa mirando al Pacífico. En pocas palabras, clima frío costero con buena oscilación térmica por el efecto mediterráneo. Los suelos comparten el origen granítico, pero la complejidad local de El Rosario está dada por el alto contenido de cuarzo y materiales volcánicos que son bastante raros, pero abundantes en estas laderas”, explica.

Jaime de la Cerda, enólogo de MontGras, explica que su campo de Amaral en Leyda, donde ya existen 100 hectáreas plantadas, cuenta con condiciones especiales por su cercanía al río Maipo. El promedio de las temperaturas máximas durante los meses más cálidos (enero, febrero y marzo) no supera los 23.5 – 23.7º C. Como colinda con el río Maipo, el promedio de las máximas son hasta 2º C que en la zona de Leyda más continental o lejana al río. Sostiene que otro factor importante es la mineralidad que reflejan sus vinos.

La base de Leyda está sentada sobre la cordillera de la Costa, por lo tanto es fuertemente granítica. “Por otro lado, coexisten otras geologías, las cuales podemos ver con mayor evidencia en sus terrazas marinas, tales como depósitos sedimentarios marinos (calcáreos) y aluviales antiguos. Todas estas geologías y morfologías, moldeadas por este clima de temperaturas bajas, provocan una sinfonía de mineralidad y sabores, aportando carácter y consistencia a los vinos”, señala.

Distinto es el caso de Casa Marín, ubicada en Lo Abarca, a sólo 4 kilómetros del océano. Según su propietaria y enóloga María Luz Marín, las 48 hectáreas que componen su viñedo tienen una influencia marina más marcada, con neblinas matinales, donde el sol aparece a mediodía, y soplan fuertes los vientos en las tardes, haciendo que las temperaturas sean más bajas que en Leyda o Casablanca. “Esto nos lleva a que nuestras uvas maduren más lentamente, obteniendo mayores niveles de concentración, aromas más finos y elegantes, y una acidez más alta que nuestros vecinos. Además en Lo Abarca, como el 80% está plantado en cerros con pendientes muy grandes, todo el trabajo es manual, desde la poda hasta la cosecha. (nuestros vecinos están cosechando mucho a máquina). Esta situación nos permite poder hacer una excelente limpieza y selección de nuestras uvas y tener vinos más puros y limpios, con una acidez crujiente y natural, que les permite tener una vida más larga en botella”, asegura.

Pero lo más importante para María Luz Marín es que en Lo Abarca el suelo es pobre en nutrientes y, sumado a la poca agua que absorben sus plantas, los rendimientos son muy bajos, de un máximo de 4 a 5 toneladas por hectárea. “Esto hace que nuestros vinos sean muy concentrados y de muy buena calidad. En otros valles costeros no aceptarían nunca estos rendimientos, ya que afecta la rentabilidad de la empresa, y debes defenderte con precios más altos. Y es difícil vender vinos a más alto precio”, opina.

Para Rafael Urrejola, quien vinifica uvas de Leyda, Lo Abarca y Las Gaviotas para su elogiada línea T.H. (Terroir Hunter), las diferencias son muy marcadas. “Hay un grupo más grande en Leyda y otro más radical en la costa de San Antonio. En Leyda es tanto el volumen que las viñas mandan en la comunicación. Además Leyda ha pasado a vender más vinos commodity, que en algunos casos cuestan menos de US$ 5 por botella. San Antonio, en cambio, tiene un promedio más alto y por eso es más exclusivo”, explica.

MONOPOLIO BLANC

Si bien las primeras parras se plantaron a fines de los años 90, rápidamente su Sauvignon Blanc se posicionó en los mercados internacionales, especialmente en Reino Unido, como una verdadera estrella. Su carácter herbal y cítrico, muchas veces con intrigantes acentos minerales, y una acidez vibrante y profunda, cimentaron el prestigio del valle. El clásico Chardonnay fue quedando rezagado (sólo hay 377 hectáreas plantadas en el valle), mientras que irrumpieron, aún con cierta timidez, las tintas Pinot Noir (786 hectáreas) y en el último tiempo también Syrah (118 hectáreas).

Según Ignacio Casali, esta especialización del valle se debió principalmente a la calidad de los clones de Sauvignon Blanc que se plantaron en el valle. “Se hizo con buen material genético, con clones traídos de Francia y EE.UU, lo que contribuyó a entregar calidad y variabilidad. En el caso de los Chardonnay y Pinot noir, se plantaron selecciones masales de dudoso origen, con problemas sanitarios y con nula trazabilidad. Esto está empezando a cambiar. Nosotros en los últimos años hemos ido reemplazando las plantaciones antiguas por nuevo material genético, una gran variedad de clones, los que ya están dando muy buena calidad y que seguramente nos seguirán sorprendiendo positivamente con el paso de los años”, explica.

Para Gerardo Leal el Sauvignon Blanc es un cepaje que alcanza mayores vigores y tipicidades frescas en sus uvas, al igual que en zonas de blancos como Nueva Zelanda. El balance de las viñas, la producción por planta y los sabores y aromas están asegurados para los niveles de producción que se alcanzan. Sin embargo, para el caso de los Chardonnay y en particular para los Pinot Noir, las viñas alcanzan un mayor potencial de vigor y desbalance. Esto implica trabajar los viñedos con menores rendimientos para alcanzar la madurez óptima, usando sistemas de poda desvigorizantes, riegos más precisos según estados fenológicos (y menos frecuentes) y un nivel de hojas menor que permita una buena transparencia de canopias para aumentar la luminosidad de brotes y racimos”, relata.

María Luz Marín afirma que el Pinot Noir es una cepa muy difícil de producir, tanto en el viñedo como en la bodega. “Pero también a nivel de los consumidores es difícil de entender. La mayor parte de la gente no sabe apreciarla”, afirma. Eduardo Alemparte, en cambio, sostiene que la gran apuesta de Santa Rita en el valle ha sido por el Pinot Noir “A pesar de ser de difícil manejo y entendimiento, tiene un potencial tremendo. Nosotros estamos en un proceso de aprendizaje, conociendo bien nuestro campo. Tenemos resultados que hasta el momento son muy interesantes, pero falta camino por recorrer. Aún tenemos que hilar fino con los manejos y con la interpretación de los diferentes cuarteles, ya que hay una gran variedad de orientaciones, pendientes y diferentes tipos de suelo”, comenta.

De acuerdo con Rafael Urrejola, producir Sauvignon Blanc es mucho más fácil en el valle, pues representa mucha consistencia en términos cualitativos y es más rentable por sus rendimientos naturales. El Chardonnay, en cambio, produce muy pocos kilos por hectárea y a las viñas no les gusta remar contra la corriente, aunque es tremendamente valiosa para la elaboración de espumantes. Pinot Noir hay poco, pero bueno. Lamentablemente es una cepa muy exigente y cuesta muchísimo vender el vino. Es la principal candidata para los arranques. El Syrah, por último, simplemente le fascina. Cuenta que anoche descorchó una botella de T.H. Syrah y aún siente el vino en su garganta. “Sin duda es de las cepas más interesantes de Leyda por su gran evolución en botella. Los compradores en EE.UU y Europa nos dicen que no quieren Syrah, pero una vez que lo prueban no pueden dejar de comprarlo”, relata.

VARIANDO A DESPEJADO

Si bien el Sauvignon Blanc toma la bandera, complementado por el Pinot Noir y en menor medida el Syrah, el futuro para el Valle de San Antonio, pese a las brumas matinales, podría continuar siendo luminoso. “Leyda ha logrado hacerse un espacio en el mundo, pero aún queda mucho por hacer. Este es un rubro que necesita tiempo, adaptación y conocimiento. La irrupción de otros valles costeros es sin duda un desafío, un constante trabajo por buscar la diferenciación, teniendo como foco la calidad. Creo que los vinos del valle de Leyda tienen un gran futuro”, opina Casali.

“Después de Casablanca, el valle de San Antonio está siendo cada vez más reconocido. Es asociado internacionalmente a clima costero frío con vinos intensos aromáticos y frescos. Creo que San Antonio tiene un gran futuro. Todas las bodegas están haciendo cambios importantes en la búsqueda de vinos más puros y con mayor identidad, con el sello del lugar. Creo que como alguna vez dijo nuestro recordado amigo Alan York, lo mejor de estas tierras esta mostrándose y seguirá haciéndolo hacia el futuro”, complementa Julio Bastías.

Para Jaime de la Cerda, posicionarse y consolidarse a nivel internacional no es fácil. Toma tiempo y dedicación. Leyda está avanzando poco a poco, como un gran origen de vinos de clima frío de calidad, fuertemente empujado por el Sauvignon Blanc. “Hace algunos años sólo se conocía Casablanca como el valle de calidad chileno para variedades de climas más fríos. Hoy eso claramente ha cambiado: Leyda es percibido y se ha posicionado, a su corta edad, como un valle muy fuerte, en términos de calidad, carácter y aptitud. Hay potencial también en otros nuevos valles costeros, pero Leyda va un paso más adelante. Sin duda, podemos vislumbrar un gran futuro”, afirma.

“Leyda es el valle costero frío por excelencia en Chile: el más frío si lo comparamos con el sector más fresco de Casablanca, Aconcagua e incluso Colchagua. A nivel internacional, su competencia directa en el Nuevo Mundo es Marlborough en Nueva Zelanda. Pero la principal diferencia y potencial está en nuestros suelos graníticos con cuarzo. En Nueva Zelanda los suelos son más profundos, francos, y con mayor potencial de vigor”, sostiene Gerardo Leal.

“Puedo hablar por Lo Abarca. En Leyda hay muchos players y todos son relativamente grandes. No sé cuál será la política para llevar sus viñedos, pero quiero imaginar que van a seguir manteniendo su buena calidad. Si aparecen otros valles costeros en Chile, que ojalá suceda, por ningún motivo creo que vaya a mermar el posicionamiento que ya ha ganado San Antonio. Respecto a mis propios vinos de Lo Abarca, me siento muy segura de seguir con la consistencia en calidad que hemos tenido hasta ahora, ya que tenemos un terroir único en el mundo, que hace la diferencia, que entendemos y respetamos”, dice María Luz Marín.

Por todas estas razones a San Antonio hay que cuidarlo, alejándose lo más posible de los vinos commodities, manteniéndose chicos y haciendo todos los esfuerzos posibles para mantener o elevar sus precios. Para esto es fundamental no sólo lidiar con la falta de agua y el aumento de los costos productivos, sino es imprescindible alinear los esfuerzos enológicos y comerciales. Sólo manteniendo el timón firme San Antonio podrá capear las olas y proyectar su bien ganada fama.