miércoles, 25 de mayo de 2016

Vitivinicultura en el Caribe: Al rescate de los primeros vinos americanos

El destino unió a un empresario dominicano y un enólogo chileno para vinificar los primeros vinos provenientes de Ocoa Bay en República Dominicana, reviviendo los sueños viníferos de los primeros conquistadores españoles.


Las primeras vides zarparon al continente americano desde las Islas Canarias a bordo de las carabelas de Colón. El viaje fue tedioso, pero bien irrigado. Como no se puede evangelizar sin vino, esas primeras estacas de Listán Prieto –conocida como País en Chile- se asentaron en las llamadas Antillas Españolas. En la otrora isla Española, actualmente República Dominicana, se produjeron los primeros vinos y habría sido el mismísimo conquistador Hernán Cortés quien cultivó los viñedos durante más de un lustro, hasta que reunió el suficiente valor para lanzarse contra el imperio azteca.

Pero la vid desapareció del mapa dominicano. Fue remplazada por otros frutales y hortalizas. Hasta que 500 años después un arquitecto y empresario inmobiliario llamado Gabriel Acevedo concibió la loca idea de recobrar el tiempo perdido, de refundar una vitivinicultura incipiente, dudosa, pero colmada de historia y leyendas de armaduras, ristres y estacas en formas de cruces.

En sus numerosos viajes por el mundo, Acevedo se reunió con productores californianos y europeos, incluso con Aubert de Villaine, propietario del legendario Domaine de la Romanée Conti. El fallo fue unánime. “No, Gabriel, ¿para qué vas a plantar vides? Mejor cultiva coconauts, bananas…”. Después viajó a Suiza y un buen amigo vitivinicultor le dijo: “Gabriel, hazlo. Sigue tus sueños”. Y él los siguió.

EL ENCUENTRO

Por esas coincidencias de la vida, Acevedo era amigo de Amable Padilla, ex embajador chileno en República Dominicana, quien le dio una sabia sugerencia. “Tengo un sobrino enólogo de Cauquenes. Él te puede orientar”. Ahí apareció en escena Felipe Zúñiga, hoy propietario de viña San Clemente y otrora responsable de los vinos de la cooperativa Lomas de Cauquenes.

Según relata el enólogo, su primer encuentro con la vitivinicultura dominicana fue con dos botellas provenientes de la región de Neyba, en el empobrecido límite con Haití, donde se cultiva principalmente la cepa Aramón. “Recuerdo que descorché las botellas y fui honesto en mi comentario. El vino estaba turbio, oxidado, plano, muerto… La foto-respiración de las plantas es altísima y la acidez de las uvas cae muy rápido. La verdad: no le veía mucho futuro”, confiesa.

En una reunión en Punta Cana, Gabriel le contó su loca idea de una plantación en la bahía de Ocoa, ubicada al sur de Dominicana, en una ladera a escasos 400 metros de la playa. Se trata de un viñedo inserto en un complejo turístico llamado Ocoa Bay que, bajo el concepto de Comunidad de la Vid, los turistas no sólo pueden disfrutar de las atracciones del Caribe, sino además vivir y disfrutar de la cultura del vino.

Acevedo plantó una tarea de variedades (16 tareas equivalen a una hectárea), entre ellas Colombard, Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Moscato de Hamburgo, Italia, Malvasía, Montepulciano, Alfonso Lavallée, Passerina, Syrah, Rebo, Cannonau di Sardegna, Sauvignon Blanc y Xarel-ló. “Esto es mentira”, pensó Felipe, mientras divisaba los viñedos desde el mar, que caían suavemente sobre la arena. Pero era verdad. Recorrió el viñedo y en una hilera de Colombard se echó un grano a la boca. “Aquí estamos”, pensó. La uva encerraba ricos sabores frutales y una acidez que le permitía trabajar y proyectar el vino hacia lo posible.

En 2011 fue la primera cosecha. Una cuadrilla de treinta personas cortó la fruta y luego la prensó delicadamente en pañales de guagua. El jugo brotaba prístino y protegido. En un refrigerador gigante vinificaron el mosto en ollas. Y el vino quedó sabroso. Al año siguiente los pañales y las ollas se transformaron en una prensa neumática y cubitas de acero inoxidable. La locura se había transformado en realidad.

TERROIR CARIBEÑO

En Neyba es habitual cosechar hasta 4 veces al año, pero Felipe, manejando las parras de Ocoa Bay, decidió bajar a dos cosechas anuales, en junio y enero, escapando de la temporada de los ciclones. “La de invierno es mucho mejor porque la humedad no es tan alta. A diferencia del resto del país, donde la humedad alcanza 90%, en Ocoa Bay es de 57% a 60%. Eso nos permite manejar el vigor de las plantas y concentrarnos en sus frutos”, explica.

El enólogo hace un secado de las parras muy fuerte, hasta que la planta siente que ya no da más, que la muerte es inminente. “Es bien tétrico”, comenta. Cuando se caen las hojas inmediatamente se poda, alrededor de 3 a 4 meses antes de vendimia. Luego caen las lluvias y la planta resucita como el ave Fénix y comienza nuevamente a crecer como una loca sobre estos ondulados suelos graníticos y calcáreos.

Felipe trabaja con un agrónomo experto en bananas, pero sus conocimientos en fisiología vegetal le permiten lidiar con los tropicales humores de la vides. Los suelos son muy interesantes y la pluviometría en la bahía no es tan alta como en el resto de la isla. Caen aproximadamente 600 mm anuales, un registro muy similar a los históricos de Cauquenes.

En este rincón paradisíaco el paisaje es impresionante. Las vides conviven con cactus, quiscos y guayacanes. Estos últimos demoran un siglo en desarrollar sus raíces y tienen su madera tan densa que no flota. “En la vida hay que ser como el guayacán, dicen por aquí”, comenta Felipe, explicando de alguna forma esta osada aventura vitivinícola.

En los años siguientes se renovaron las cepas Colombard, Tempranillo y un País traído por el mismo enólogo desde Cauquenes. Estas tres cepas conforman hoy el triunvirato de Ocoa Bay y simbolizan el rescate de una vitivinicultura primigenia, fundacional, que hoy se reactualiza gracias al mágico encuentro entre un empresario turístico dominicano y un enólogo cauquenino.



PRIMER ESPUMANTE DOMINICANO

Junto con el proyecto de Ocoa Bay, el empresario Gabriel Acevedo está empeñado en levantar la vitivinicultura de Neyba. Esta región limítrofe cuenta con un plan de fomento estatal, la creación de INUVA (Instituto Nacional de la Uva) y una bodega piloto con capacidad para 250 mil litros. Sin embargo, aún es escasa la producción y prácticamente el Estado compra todo el vino para las fiestas de fin de año. “Así la cosa no mejora”, sostiene Felipe Zúñiga, viendo aún lejana la posibilidad de exportar vinos de calidad a Puerto Rico y otros estados. Decidieron adquirir cubas isobáricas para vinificar el primer espumante dominicano: un rosado de País. Un vino que abre una burbujeante perspectiva para Neyba y la vitivinicultura caribeña.



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