jueves, 30 de marzo de 2017

Viña De Neira: Bandidos buenos


La familia Neira está haciendo escuela en Altos de Guariligüe (Itata Profundo), preservando y realzando la identidad de sus parras de más de 200 años y bosques nativos endémicos que luchan cuerpo a cuerpo contra los pinos y eucaliptus.

José Miguel Neira, más conocido como Bandido Neira, era fornido y diestro con el corvo. Con sus montoneros, asolaron los campos desde Talca hasta Rancagua. El gobernador Casimiro Marcó del Pont puso precio a su cabeza, pero solo logró que alguien lo aturdiera con un chuzo. Fue nombrado coronel por Manuel Rodríguez y su contribución a la causa patriota fue clave para que el ejército libertador se abriera paso por el norte. Sus andanzas no fueron recompensadas por el gobierno patriota, volvió al pillaje y finalmente fue fusilado por órdenes del general Ramón Freire en 1817.

Sus descendientes se establecieron en los alrededores de Concepción y se dedicaron a la agricultura y ganadería. El corvo comenzó a utilizarse para la poda de las cabezas de Moscatel de Alejandría y País que se desparramaban por los abruptos lomajes del paisaje sureño.
Yamil Neira Hinojosa, doctor en Química e investigador de la Universidad de Concepción, tenía planeado hasta el último elemento. No se trataba de un ultraje, como acostumbraba su antepasado José Miguel, sino de una declaración de amor. Bajo un frondoso quillay en Bularco, uno de los viñedos emblemáticos del llamado Itata Profundo, se comprometió con su colega Elizabeth González. Como buen hombre de rulo, Yamil no perdió el tiempo. Nacieron Víctor y Felipe, quienes, a diferencia de muchos hijos del secano, quisieron mantener sus raíces y continuar con el legado vitícola de su familia.

En lugar de vender la totalidad de su fruta a precios irrisorios, en 2009 decidieron dar el paso y atreverse a embotellar. Siguiendo la tendencia de esos años, cuando las autoridades y algunos asesores insistían en que el futuro de Itata iba por otro lado, plantaron e injertaron plantas con Cabernet Sauvignon y Pinot Noir. Los vinos no estaban mal, pero eran más de lo mismo. Un periodista especializado en vinos, quien encontró unas polvorientas botellas de Cinsault amontonadas en una terremoteada bodega de adobe, quedó encandilado con el vino y les sugirió que torcieran el destino, potenciando sus cepajes autóctonos.

Hoy Viña De Neira, bajo la marca Bandido Neira, está comprometida con exaltar las cepas fundacionales y la tradición de sus ancestros. “Nos definimos como una viña familiar que mantiene una tradición de más de 150 años. Apostamos por preservar el patrimonio de las parras de nuestros antepasados y por un cultivo natural”, dice Felipe, quien se ha convertido en el gran motor del proyecto. “Lo más importante es el arraigo familiar. No somos ni seremos nunca una viña industrial. Nuestra esencia es otra. Tenemos una historia de bandido”, se ríe su padre Yamil.

Viña De Neira cuenta con 25 hectáreas plantadas (de un total de 150 que pertenecen al grupo familiar) en el sector Altos de Guarilihue y bosque nativo certificado, que cuidan y preservan para las generaciones futuras, donde se pueden encontrar rarezas como la especie endémica huilli-patagua. Actualmente embotellan Cinsault y Moscatel de Alejandría seco y dulce, además de una luminosa línea de espumantes elaborados bajo el método tradicional. Además, experimentan con otras cepas que permanecían ocultas en sus viñedos, como la llamada uva de la manzana (algunos expertos dicen que se trata de Aramón, otros de Malbec), que ya se encuentra en crianza con sus lías.

La producción total es de 18 mil botellas. El resto de la fruta la venden. La idea es ir creciendo poco a poco, pero jamás superar las 100 mil botellas. Sus vinos ya están en Santiago en el wine bar Lex Dix Vins y muy pronto exportarán a Estados Unidos a un precio de US$ 70 dólares por caja.

Según Felipe, el objetivo es seguir perfeccionando las técnicas de los antiguos para embotellar calidad e identidad. ¡Eso no se transa! Pero además seguir desarrollando un proyecto eco-eno-turístico que hoy atrae visitantes de Chile y el extranjero, quienes despiertan con los sobrecogedores paisajes de la cordillera de la Costa del Itata, participan de los ceremoniales de degüelle de sus espumantes (con un corvo, como un tardío homenaje al Bandido) y de la calidez de una familia que abraza y reinventa las tradiciones del secano.



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